Volver a aprender
Cristóbal León Campos: Volver a aprender.
Aprendemos y desaprendemos. No es estático el saber humano, es como una espiral cuyo movimiento constante hace renovarse al conocimiento en las diferentes etapas de la vida por las que transcurrimos, y así muchas de las cosas que creímos imperecederas van quedando atrás como aquellos sueños que al amanecer se diluyen entre la borrosa memoria y la urgencia del despertar.
A veces pienso que en esas tantas veces en que perdemos el instante del sentir, es cuando la agonía se ufana de la ansiedad y entonces el recuerdo de los pasos extraviados nos golpea sonrojando a la caricia muerta. Son las horas el marcaje de los siglos con que el humano eterniza su propia insignificancia.
¿Cuántas veces tendremos que aprender aquellos que dimos por hecho?, no lo sé y seguramente es mejor así, al fin de cuentas lo seguro se diluye igual entre la ingenua seguridad del soberbio y lo que dudamos termina siendo el aliciente en un mundo donde todo está dado por hecho y dejamos de sorprendernos ante la armónica desintegración de los recuerdos.
Ya son siglos de que la humanidad se interroga sobre el sentido de la vida, y no creo que hasta hoy exista quien lo pueda decir de forma segura sin escozor de errar, ni las férreas creencias religiosas han logrado perdurar en el mar de la incertidumbre que atraviesan las verdades que juramos no dudar, y estos tiempos llegan como el aullido moribundo del solitario estepario que un día se marchó.
Y entonces, si la carencia de sentido es lo que marca el tiempo que vivimos, ¿por qué la agonía se ha hecho cotidiana y no una certeza que dé razón a la existencia?, ¿será que no comprendimos que no se trata sólo de buscar, sino de reconocer las señales que nos hablan como dando pistas de lo que olvidamos?, yo no sé, pero sí creo que la desmemoria nos va robando los jirones humanos que sobreviven a tanta devastación.
En este recorrido mundano al que solemos llamar vida, pocas son las cosas que terminan siendo absolutas, quizás la muerte y el dolor que acompaña los procesos que atravesamos, como una continua indicación de que nada será por siempre y que los caminos se renuevan, sean para bifurcar las manos o para congeniar los cuerpos, pero sin falta los procesos de la vida nos han de llevar a las encrucijadas coyunturales de las que habremos de salir un poco más sabios, y quizás más fuertes, aunque para eso tengamos que darle otro sentido a los días.
Hay ocasiones en que no tenemos más opción que volver la mirada y hacer un recuento de lo vivido, de aquello que significa aún y lo que significó, sin que esto nos hunda en el moratorio pesar de la angustia autoinfligida, más bien se trata de esa reflexión, quizás dolorosa, necesaria para corregir o enmendar la ruta, el sendero venidero en un presente que se ha vuelto incierto y ya francamente insalvable, mas en todo caso el soltar es sólo un paso más en ese aprender y desaprender, pues así como la lectura nos trae siempre enseñanzas nuevas, también el saber y el amar se puede volver a aprender, sólo que con otra mira, una que nos fortifique ante la adversidad, al menos hoy eso creo.
Tal vez he sabido más de imposibles que de verdades, y lo prefiero así, no encuentro belleza en lo seguro de la vida y sí en el excitante recorrido de lo posible, son paralelos equidistantes que se distorsionan al ser puestos bajo la misma luz, aquello seguro se petrifica y marchita, y lo posible como utopía nos mueve al buscarlo, aunque muchas veces sepamos que jamás será nuestro el laurel codiciado en el desvelo.
Así, aprendemos y desaprendemos, sólo eso es tan seguro como la muerte, lo demás es una eterna búsqueda de sentido que a lo largo de la historia humana ha dado lugar a los grandes sucesos y las más ardientes pasiones, no sin el menoscabo de las verdades que una vez creímos imperecederas…