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Hace un par de semanas recibí la noticia de que, por fin, se me había otorgado el Premio Estatal de la Juventud del Estado de Yucatán en el área de Actividades Artísticas. Digo “por fin” no porque merezca el reconocimiento desde hace años, sino porque, siendo finalista un par de veces, me parece que los méritos estrictamente literarios son vistos por debajo de los musicales, teatrales o dancísticos. El premio, después de todo, busca reconocer labores sobresalientes. No sé si mi labor lo sea, pero la participación constante respondía a generar combustible por y para la cultura independiente.

Escribo desde hace diez años, edito hace ocho y tallereo hace seis. El camino de la literatura, como el de todas las artes, suele ser ingrato, aunque las instituciones mexicanas ofrecen para los escritores una amplísima (que no precisamente selecta) cantidad de premios, y en su momento todos recibirán alguno. La mesa está servida. Dicho lo anterior, quiero pensar que un currículum nutrido no es la razón principal para obtener el reconocimiento, sino la gestión de los proyectos Ediciones O (libros de poesía contemporánea sin costo y en formato electrónico) y Centro de Experimentación (espacio de formación y promoción de la cultura, que a lo largo de su historia ha servido a más de mil estudiantes). Es cierto, sin embargo, que pocos de esos libros y escritores formados son yucatecos.

Mi recorrido en la literatura ha estado lleno de accidentes estúpidos, siendo la gran mayoría de ocasiones culpa mía. Quizá esa es la gran dificultad por la que atraviesan muchos creadores: tardan demasiado en comprender que, en un sistema lleno de egolatría y nepotismo, el peor contraataque es una réplica. La mejor opción, me parece, es jugar desde afuera. Ser siempre discreto. Casi no hay árbol que dé buena sombra en el medio literario de Yucatán, y en tal sentido, no hay razones para quedarse bajo su copa. Las excepciones son, eso sí, intachables.

A veces pienso en lo que significa una actitud contestataria, en cuánto peso tiene la congruencia en un ecosistema que mira con buenos ojos la voz poética única a la vez que la personalidad complaciente y camaleónica. Es horrible. Toca hablar de lo que realmente importa en este Estado: la red de salas de lectura y sus maravillosos promotores, los que trabajan con infancias; los escritores que no pisan a otros para subir un escalón invisible… Toca dar a foco a todos aquellos que, desde un anonimato vocacional, realmente dan sentido a lo que hacemos.

Mientras tanto, quiero dedicar este Premio Estatal de la Juventud a mi madre, mi esposa y mis amigos. A toda la gente que aportó, con su confianza, a que Ediciones O y el Centro de Experimentación valgan. Este premio significa el triunfo de mis ideales, a veces exagerados, otras no, pero ideales al fin. Significa el triunfo de la “escuela del háztelo tú”, como dice el Piezas. Y, por supuesto, también significa la promesa de nuevos proyectos y aportaciones. Gracias, finalmente, por nunca dejarnos el camino fácil. Todo pequeño triunfo sabe a gloria en estas condiciones.

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