Yucatán y sus premios de poesía
Daniel Medina: Yucatán y sus premios de poesía.
Actualmente existen sólo dos premios de poesía en el estado de Yucatán: el Premio Peninsular de Poesía José Díaz Bolio, convocado por ProHispen, y el Premio Internacional de Poesía Ciudad de Mérida, convocado por el Ayuntamiento de la capital. Cuando digo que “existen sólo dos” me refiero a que son los únicos que se convocan de manera constante y notoria. Las iniciativas independientes quedan fuera de todo asunto, porque para ellos (nosotros) es insostenible generar convocatorias similares. Hay algunas intermitencias, muchas, como el Premio Nacional de Poesía Rosario Castellanos convocado por la Uady que no figura desde hace un par de años. Antes, pero antes-antes, existían otros reconocimientos entre juegos florales y premios estatales/nacionales (como el Clemente López Trujillo y el Jorge Lara). No podemos olvidar, claro, los estímulos ocasionales: certámenes como El espíritu de la letra y Tiempos de Escritura (anecdóticos y ciertamente polémicos).
Los premios de poesía tienen varias funciones, entre ellas: generar visibilidad para los premiados y sus obras; jugar el papel de una cantera (sobre todo los de naturaleza estatal), y por supuesto una inyección económica para los creadores. En tal sentido, la visibilidad de los premiados, en Yucatán, no es excelsa, pero tampoco terrible. Los libros ganadores aparecen, que ya es ganancia, en sellos como The Ofi Press en el caso del Premio José Díaz Bolio (con su respectiva traducción al inglés), y en Libros del Marqués por parte del Ciudad de Mérida. Si nos enfocamos en el caso peninsular, el José Díaz Bolio es el de mayor relevancia en la historia reciente, tanto por la región que ocupa como porque ostenta el lugar que tendría un Premio Estatal (sólo véase la lista de ganadores). Este premio no necesita libros impresos, necesita conservar sus métodos y dar continuidad a su convocatoria. Me atrevería a decir que es casi impecable como certamen, sobre todo por la calidad de los jurados que, desde 2017, han amplificado las estéticas ganadoras. Así como el Ciudad de Mérida ha premiado escrituras conservadoras y un tanto más propositivas, el caso del Díaz Bolio es el mismo. La cantera es pequeña, pero existe. La inyección económica es la que se puede. En ambos premios suele repetirse, quizá por cuestiones organizativas, uno de los miembros del jurado. Eso, claro, es mejorable.
El caso de las convocatorias de publicación es muy distinto: ni Sedeculta, ni el Ayuntamiento de Mérida, con sus fondos editoriales, suponen una buena idea. Son libros destinados al recorrido local, sin ningún tipo de circulación valiosa. Las coediciones son la única opción que, sin embargo, no puede conseguirse de manera directa, es decir, concursando. No se trata, ni esta columna ni los comentarios habituales de los escritores, de reclamar mejores espacios. Me parece que es de lo mejor que pudo sucederle a la literatura estatal: abandonar las ediciones locales, el crecimiento limitado, y jugar en canchas ajenas. No es un secreto que, después de varias generaciones, la literatura yucateca tiene por fin una presencia más sólida. Ya no por una revista, ya no por grupúsculos, sino porque a falta de focos locales, se ha desvanecido el regionalismo absoluto en aras de la búsqueda personal.