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Es obvio que ante la grave inseguridad que persiste en el país, en ciertos estados es necesario el apoyo de las fuerzas armadas en tareas de seguridad pública. Tan obvio, que desde hace dos sexenios les encomendaron combatir a la delincuencia organizada y se logró abatir a grandes capos del narcotráfico, por lo que su eficacia está fuera de discusión; es decir, se trata de algo evidente, claro, fácilmente comprensible, que no amerita mayores explicaciones y, por lo tanto, es reconocido por todos.

También es obvio que se abandonó a su suerte a las policías federal y estatales, recortándoles los recursos que la Federación les asignaba para equiparlas, adiestrarlas y mejorar los ingresos de sus elementos. Tan obvio, que fue necesario crear una corporación que se dijo sería civil, pero que de facto nació militar, con soldados y marinos comisionados en sus filas y mandos del Ejército y la Marina. Luego entonces, es obvio que el siguiente paso es oficializar el pase de la Guardia Nacional a la Sedena.

Es obvio, además, que las FFAA han demostrado su multiplicidad de funciones, característica de las milicias y que solo requieren un marco legislativo. Tan obvia es la necesidad de contar con un Ejército y Armada que, además de continuar su adiestramiento, sirvan a la comunidad, que quienes exigían su regreso a los cuarteles, hoy toman como bandera su permanencia por varios años más en tareas de seguridad pública.

Igualmente, es obvio que si se informara a la ciudadanía que, por ahora, no queda de otra más que echar mano de los militares para evitar seguir siendo rehenes de la delincuencia y posibilitar el desarrollo en paz de todos los sectores del país, seguramente se entendería el mensaje y los “representantes del pueblo” en las cámaras apoyarían esta propuesta; pero también es obvio que si se politiza un asunto de tal trascendencia, se pretende transgredir normas e imponer voluntades, pues habrá un rechazo.

En este contexto de obviedades, respecto a la pretendida consulta sobre la mal llamada “militarización”, es obvio que la pregunta 1: “¿Estás de acuerdo con la creación de la Guardia Nacional y con su desempeño hasta ahora?”, no debe ser cerrada, sino abierta, y más aún ¿quién evaluará el resultado con un simple sí o no?; respecto a la pregunta 2: “¿Consideras que las Fuerzas Armadas, el Ejército y la Marina, deberían mantenerse haciendo labor de seguridad pública hasta el 2028 o que regresen a sus cuarteles en marzo de 2024?”, se responde en los párrafos precedentes; y sobre la 3: “¿Cuál es tu opinión, que la Guardia Nacional pase a formar parte de la Secretaría de la Defensa Nacional o dependa de la Secretaría de Gobernación?”, sin caer en la discriminación, debe ser para expertos si se pretende que sea objetiva.

Visto lo anterior, es obvio que se hará lo que ya se decidió: la Guardia Nacional pasará a la Sedena y las fuerzas armadas permanecerán otros años más en las calles, luego entonces se puede obviar la consulta.

Anexo “1”

¿Cuándo se perdió el respeto?

Recientemente se han registrado agresiones al Ejército, han sido vandalizados los cuarteles de Iguala, de Chilpancingo y el icónico Campo Militar Número 1, sin que haya respuesta de parte de los soldados, porque esa es la instrucción que han recibido: evitar la confrontación.  

No es la primera vez que se agrede a soldados y marinos. En enero de 2015, precisamente los padres de los desaparecidos normalistas de Ayotzinapa, apoyados por grupos anárquicos, atacaron varias instalaciones militares y navales en Guerrero, Oaxaca y Chiapas. En junio de ese año, en una comunidad oaxaqueña, la CNTE obligó al Ejército a abandonar las oficinas electorales que custodiaban. Los soldados, que se retiraban a pie, fueron insultados y vejados por los pobladores.

Mal está un país que ha perdido el respeto a sus fuerzas armadas, que agrede a quienes en casos y zonas de desastre son los primeros en salir a las calles a proteger a los ciudadanos, brindarles techo, comida y atención médica, y muy grave está un pueblo cuando arremete contra las instituciones, porque socava así los pilares de su patria, de su gente, de su casa. El daño a la imagen de las instituciones garantes de la soberanía nacional no es menor. Ojalá no tengamos que lamentarlo.

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