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A la una de la tarde se escucha el silbato del contramaestre tocando el “forte de faenas” en todos los barcos de la Armada. La tripulación (clases y marinería) limpia su área de trabajo, recoge herramientas y utensilios (rasquetas, cepillos, brochas, pintura, cabullería, etc.) para entregarlos a los pañoles (de máquinas o cubierta, según corresponda). Luego se dirigen a los sollados para asearse y pasar al comedor.

En ese ínter, mientras tocan llamada para el “rancho” del mediodía, el contramaestre de cargo recorre el buque de proa a popa, particularmente en las áreas donde se ordenaron los trabajos después de izar bandera a las ocho de la mañana. Verifica que se hayan realizado conforme a sus indicaciones, porque a diario reporta las faenas al oficial de guardia y las registra en su bitácora. Él es el responsable ante el comandante de que el barco esté siempre limpio y listo para hacerse a la mar.

Es una rutina que se cumple, y bien, porque hay clases que vigilan que así se haga, oficiales que supervisan y mandos que lo verifican. Haciendo una analogía, es lo que los civiles llaman control de calidad. Porque en ningún barco de la Marina se ve una mampara o cubierta salpicada o manchada de pintura, una bandera rota, una cadena oxidada o un cabo deshilado o fuera de lugar, mucho menos una pieza de artillería inservible.Todo debe funcionar porque una falla o negligencia afecta en cadena a todos.

Este control y fiscalizaciónes indispensable no sólo en las instituciones castrenses, sino en todos los ámbitos laborales, desde un micronegocio hasta la más grande y sofisticada industria, llámense supervisor, jefe de servicios o residente de obras. Así lo observamos en una reciente visita al Puerto de Altura de Progreso, donde la Administración del Sistema Portuario Nacional (Asipona) vigila, supervisa y verifica que las actividades que se realizan las 24 horas del día se hagan con apego a las normas marítimas y la legislación vigente.

Esa supervisión debe privilegiarse en instituciones y dependencias que brindan servicio al público, y con mayor énfasis en las que atienden la salud de la población, pues una falla o negligencia puede ser de consecuencias fatales. Eso ocurrió el pasado 10 de julio en el Hospital General de Zona No. 18 del Seguro Social, en Playa del Carmen, Quintana Roo, donde una niña de 6 añosmurió prensada en un elevadorque no funcionaba. El responsable no fue el proveedor, el camillero ni personal de intendencia, sino quien tenía a cargo el mantenimiento de las instalaciones, y sus jefes inmediatos, por no supervisar su desempeño, es decir, mandar y verificar que se cumpla lo ordenado.

El director del IMSS ofreció el pasado martes a los padres de la menor que los responsables recibirán la sanción que les corresponde y dijo lo de siempre: “tiene que conocerse la verdad sobre las causas del suceso, tiene que haber justicia, tienen que establecerse responsabilidades y medidas de no repetición, esto no puede volver a ocurrir en ninguna parte del país”. Quizás al IMSS le hagan falta contramaestres.

Anexo “1”

“Látigos” a bordo

Como hemos mencionado en otras colaboraciones, en los buques de la Armada son célebres los contramaestres y condestables (desde que se inician como cabos de Mar y de Cañón). Al menos antes, estos capataces de a bordo eran temidos y respetados por la marinería, por ser muy estrictos, particularmente a la hora de faenas. Eran los “látigos” de la tripulación. Tenían conocimientos no sólo del mantenimiento del buque en cuanto a pintura, sino también en nudos y costuras, control de averías, dirigían las maniobras de zarpe y atraque del buque y eran expertos en el manejo de embarcaciones menores; elaboraban toldos y palletes y hasta artesanías y miniaturas que adornan las cámaras de oficiales, clubes navales y hasta casas de los comandantes.

Por lo general, estos “contras” y “condes” eran los timoneles de combate preferidos por los comandantes, además fungían como oficiales de División, por su trato directo con las clases y marinería. Hasta principios de este siglo, muchos de ellos que escalaron jerarquías de tenientes de fragata, navío o capitanes de corbeta y llegaron a ser jefes de servicios de zonas o sectores navales; otros, los más diestros, fueron nombrados comandantes de barcos pequeños, como Polimares o buques patrulla, por sus conocimientos de navegación y experiencia acumulada durante muchas singladuras. Eran, literalmente, viejos lobos de mar. 

Mucho de lo aprendido a bordo se lo debemos a estos oficiales que portaban en sus palas las anclas cruzadas, símbolo universal de los navegantes y de las tradiciones navales.

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