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Uno nunca termina de intuir cuando una situación puede irse de madres, cuando las desgracias están a la vuelta de la esquina. Las dos grandes guerras mundiales ocurrieron como resultado de una concatenación de hechos, omisiones, errores de cálculo y cobardías que desembocaron en conflagraciones que seguramente los actores políticos de aquellos tiempos no imaginaron. Esta semana se cumplió un año de la invasión de Rusia a Ucrania. El respaldo de Estados Unidos con la visita de Biden a Kiev parece indicar que la paz no llegará pronto.

Una ucronía es el nombre formal que recibe un punto de ruptura de una determinada circunstancia histórica que pudo ser diferente; un ejercicio que siempre comienza con un “¿qué hubiera pasado si…?, que si bien no permite cambiar la historia, nos puede ayudar a dilucidar en qué momento se torcieron las cosas.

En 1938 se firmó el pacto de Munich: un acuerdo para ponerle fin a la crisis de los Sudetes, apaciguar a una Alemania cada día más beligerante y evitar un enfrentamiento entre potencias europeas. Al final, el arreglo sólo consiguió reforzar el prestigio de Hitler y la imposibilidad de moderarle en el futuro. Evitar el conflicto en Checoslovaquia sentó las bases de una escalada que terminaría con la invasión a Polonia y el inicio de la segunda guerra mundial en 1939. ¿Qué hubiera pasado si Chamberlain y Daladier no transigían ante el Führer y le paraban los pies a tiempo? De aquel momento quedaría la famosa frase de Churchill a Chamberlain: “entre la guerra y el deshonor, elegiste el deshonor y tendrás la guerra”. Una frase oportunista por parte de Churchill, ya que si hubo alguien que dio alas al fascismo fue precisamente él.

Sin lugar a dudas, las exigencias y cuestionamiento de Rusia tenían razón de ser si consideramos la ola expansionista que fue desarrollando la OTAN poniendo en peligro sus fronteras. No obstante, cualquier reclamación ha quedado totalmente deslegitimada al invadir una nación soberana.

El discurso del 21 de febrero del año pasado de Vladimir Putin anticipó la invasión a Ucrania al mostrarnos un endurecimiento en las posiciones del Presidente ruso echando mano de un imaginario cultural basado en una suerte de nacionalismo imperialista de corte zarista, denostando abiertamente a la figura de Lenin y, por ende, de la Unión Soviética. Ligar la invasión rusa con el comunismo no es más que una aberración ideológica.

La solución al conflicto no parece tener salida dado que Estados Unidos parece estar a gusto utilizando a Ucrania como ariete para desestabilizar a Rusia y tener cautiva a la Unión Europea de acuerdo con sus intereses. El neozarista de Putin no tiene punto de retorno y tendrá que ir a fondo, ya que el fracaso de su apuesta podría significar el prefacio final de su régimen.

Entre tanto, Suiza rompió su neutralidad histórica y Alemania ha anunciado su rearme con el aumento de su gasto militar, un mal augurio considerando su pasado; la Unión Europea autoriza el envío de tanques Leopard 2 (lo que significa una escalada en el uso de armamento) y para coronar, Putin anuncia la salida de Rusia del acuerdo de control de armas nucleares que firmó con Estados Unidos en 2010. Así, la escalada sigue aumentando y el mundo se aferra a un optimismo como a un clavo ardiendo. Total, ¿qué puede salir mal?

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