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El izamiento de la bandera yucateca de en el asta bandera monumental de la salida a Progreso, el pasado 21 de agosto, causó gran revuelo en la conversación pública local y caracteriza el carácter, los sentimientos, los debates y el momento histórico que vive sociedad yucateca. El efecto visual de una bandera de 24.5 metros de largo por 14.5 de ancho despierta las pasiones que a veces la razón desconoce. Son las emociones, estúpido.

Para sentirnos parte de algo, necesitamos imaginar un horizonte compartido. Para imaginarnos lo que significa ser mexicano o yucateco necesitamos dispositivos que nos doten de una identidad colectiva: literatura, símbolos, himnos, banderas, etc. Cuando uno mira por la ventana del avión antes del aterrizaje sólo ve calles, luces, coches, vegetación, edificios; no piensa: “México” o “Yucatán”. Es a través de historias, mitos, novelas y trapos de colores compartidos que uno imagina lo que es ser parte de un pueblo, de una nación.

En la conversación pública, el izamiento de la bandera yucateca provocó, por un lado, el fervor, la reivindicación de una sociedad orgullosa de sus costumbres y tradiciones. Por otro lado, el sentimiento por lo menos de extrañeza de una buena parte la sociedad que reside en Yucatán, pero que no se siente representada al no haber nacido en el Estado. ¿Fomenta la bandera de 5 estrellas división, exclusión y hasta, en última instancia, eso que Laclau llamaba “fronteras antagónicas” propias del populismo (entendido como una construcción narrativa) de un ellos y un nosotros?

El escritor catalán Antoni Puigvert escribió que, en una versión nacionalista -excluyente a mi parecer- el país no se encarga en la gente, sino en el fuego sagrado que alimentan la historia, la lengua, la tierra, el folklore, y en este caso, una bandera. Quien posee el control del fuego, posee el territorio y se permite exigir la sumisión de los demás. Quien tenga los símbolos, ostenta la legitimidad del poder. Es por eso que es muy importante pensar qué hacemos con la bandera de Yucatán.

Uno no puede pedirle a la gente que se emocione con tal o cual bandera. Eso forma parte de las lealtades o pasiones que establece cada individuo. Todas muy respetables. Quizá lo verdaderamente importante, en todo caso, sería hacer de la bandera, de los símbolos, no un título de propiedad o un arma arrojadiza, sino un proyecto de convivencia incluyente basado en el respeto, el diálogo y la cooperación.

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