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Los seres humanos le otorgamos un sentido a nuestra existencia, no a través de datos y hechos objetivos, sino de relatos, historias. Somos seres narrativos. No es tanto que nos creamos las noticias falsas que proliferan en los medios de comunicación como nuestra necesidad de permitir cualquier mentira mientras le de soporte a nuestras creencias, prejuicios, a nuestra cosmovisión del mundo.

A lo largo de la historia han existido, o mejor dicho, se han construido relatos que organizan el comportamiento del ser humano en sociedad. A través de los siglos, hemos pasado de Dios como eje rector de todos los ámbitos de nuestras vidas, a al ser humano como medida de todas las cosas. El siglo XX tuvo tres principales relatos que entraron en disputa por la hegemonía del sentido común: fascismo, comunismo y liberalismo (económico). La Segunda Guerra Mundial descartó el relato del fascismo, constituyendo dos relatos comunismo y liberalismo que organizaron el mundo en una paz disuasoria que terminó en 1991 con la disolución de la Unión Soviética.

Después, Fukuyama declararía el fin de la historia y el liberalismo económico, exarcebado en neoliberalismo, se erigiría como verdad absoluta. El libre mercado, la globalización y las privatizaciones eran nuestro inequívoco destino como sociedad. La crisis del 2008 mostró las costuras de este relato y la pandemia de coronavirus constató su fracaso. La globalización y los mercados sólo habian beneficiado a una élite privilegiada, dejando en la intemperie al grueso de la sociedad. Vivimos tiempos de incertidumbre, ansiedades y sin certezas. Cuando parecía que teníamos las respuestas nos cambiaron las preguntas y no contamos con un relato que nos permita imaginarnos un horizonte compartido como sociedad.

Yuval Noah Harari escribía que la revolución de la tecnología va más rápido que nuestro pacto social, nuestro relato de cohesión civilizatorioa: la democracia puede procesar. Esto configura un poder que no responde ante ningún mecanismo de control democrático, saltandose incluso naciones. Las revoluciones del pasado las hacian personas que tenían un valor en la economía, pero carecían de poder político. Con los algoritmos y la inteligencia artificial, las revueltas, los conflicto sociales serán en contra de una élite ecónómica que ya no necesita a una parte de la población en su cadena de producción.

El ser humano es experto en crear herramientas que luego será incapaz de controlar o usar sabiamente. El desarrollo de la tecnología está cambiando vertiginosamente nuestras vidas y con ello nuestra manera de relacionarnos como especie. Los algoritmos y la inteligencia artificial está destruyendo millones de empleos en todo el mundo sustiuyendo por maquinas aquellos trabajos que antes realizaban seres humanos. El verdadero conflicto de todo esto es que no tenemos un relato, un paradigma que nos permita por un lado interpretar nuestro presente - he ahí nuestra facilidad para imaginarnos más rápido el fin del mundo que el fin del capitalismo- sin caer en nociones apocalípticas y, por el otro, construir un relato donde la tecnología, el futuro, esté al servicio de la humanidad y no sólo en función del lucro, la concentración de la riqueza y la desigualdad.

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