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Ante cualquier polémica en contra del gobernador de Nuevo León, Samuel García señala a la “vieja política”; cualquier cosa que ello signifique. No importa tanto el contenido del mote como el apodo en sí mismo.

El cuarto elemento es el camuflaje anti-político. Como ya hemos mencionado, el elector -entendido en la contemporaneidad como un consumidor- quiere votar algo que no parezca un político, ante la falta de credibilidad de las democracias representativas. Se trata de parecer alguien que viene a resquebrajar o castigar al sistema político, el cual ha fallado en su capacidad para dar respuesta a los problemas de la gente, y sólo se dedica a recitar discursos ampulosos.

Donald Trump aparentó ser un outsider, un personaje fuera del sistema -aunque, dicho sea de paso, siempre se había beneficiado del establishment- un empresario, un multimillonario capaz de decir barbaridades, pero que era preferible a una mentirosa representante del status quo como Hillary Clinton; en Italia, Silvio Berlusconi, un empresario mejor conocido por sus desmanes sexuales, fue capaz de ganarse incluso el voto de misa y confesión. Monjas y sacerdotes votando a un playboy.

Samuel García ya contaba con un historial dentro de la lógica partidista en Movimiento Ciudadano, pero siempre dando una imagen de no ser un político convencional. ¿Cómo lo logró? Es aquí donde el camuflaje político se alinea con un elemento fundamental: la espectacularización de la política. García Sepúlveda ha convertido su vida pública y privada en un reality show documentado a través de interminables historias de Instagram junto a su esposa Mariana Rodríguez.

El Gobernador entendió que la gente quiere algo más que soluciones, quiere entretenimiento. De eso se trata la especturalización de la política: lograr de todas las maneras posibles: chistes, bailes, canciones, poses y selfies, conectar con el votante. Pero ojo: conectar con la gente es algo que se tiene o no se tiene; el carisma es algo que se trae o no se trae.

El giro de este fenómeno político es que el carisma del Gobernador de Nuevo León no reside en sí mismo, sino en Mariana Rodríguez. Es ella quien lo dota de carisma y es capaz de borrar todos sus exabruptos y salidas de tono. La joven influencer ha logrado capitalizar una red de devotos seguidores en Instagram, con una gran capacidad de engagement: ya sea apoyar a su marido en un acto institucional, apoyar a niños con cáncer o comprar alguno de sus productos cosméticos.

Rodríguez es una joven que cae bien, que puede pasar de subir historias haciendo ejercicio, cocinar, jugar con sus perros, decorar su casa, maquillarse a pintar una escuela pública o acompañar a su marido en algún evento público. Habría que preguntarnos si ella es consciente de que su capital político es mayor que el de su marido.

Además de maquillaje y altruismo, Mariana Rodríguez vende valores: la familia, la pareja feliz, emprendimiento, vida saludable, imagen, amor hacia las mascotas-están de moda las fotos de políticos con sus mascotas-; es la construcción de un relato de novela, que a diferencia de la versión Peña Nieto-Angelica Rivera está cimentada ya no en la televisión, sino en las redes sociales. El tándem Rodríguez-García es una marca, una empresa; un hecho parecido al estilo norteamericano donde el desenvolvimiento de los actores políticos se conforma en matrimonios o dinastías.

Porque en política se puede ser de todo… menos ingenuo. ¿Tomamos nota?.

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