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“Daremos un golpe de Estado a quien queramos. Lidien con eso”, esa fue la respuesta de Elon Musk a un usuario de X (antes Twitter) que lo cuestionaba por el golpe de Estado en Bolivia que permitiría a Tesla la extracción de cantidades ingentes de litio, material imprescindible para la fabricación de las baterías de su industria automotriz. Antes, los patricios guardaban las formas, aún con disgusto, con el contrato social que nos permitía vivir en sociedad. Ahora, están en secesión. No nos quieren ni ver, y para ello son capaces de engancharse a todo tipo de teorías de la conspiración y supremacistas que buscan el control poblacional del planeta.

Thanos, el villano de Marvel, quizá líder moral de los superricos, no es un héroe mal entendido. Simplemente un chalado que no llegó a Marx ni a Piketty. Es falso el debate de la sobrepoblación en el planeta; una coartada perfecta para esconder el verdadero problema de nuestro tiempo: la distribución de la riqueza.

Según datos oficiales, los milmillonarios representan el 0.004% de la población, o sea, alrededor de 200 mil personas. Sumado a estos, existen alrededor de 2,600 personas cuya fortuna excede las 10 cifras. Un hecho obsceno y grotesco que ha permeado la arquitectura y el diseño urbano de las ciudades. De un lado, fraccionamientos amurallados, con todo tipo de comodidades. Cruzando la frontera de estos espacios: el mundo plebeyo, la marginalidad, la falta de acceso a servicios básicos. La realidad supera a la ficción y cada día vivimos en una protodistopia como la planteada en “Elysium”, la película de Neill Blomkamp, protagonizada por Matt Damon, una joya cinematográfica sobre la lucha de clases.

Un estudio del departamento de Psicología de la Universidad de Berkeley concluyó que el capital social-económico, social y simbólico de los superricos disminuye su capacidad de empatía y aumenta la sensación de no estar sujeto a las reglas sociales. ¡Vaya!, para ser multimillonario hay que ser caradura.

El problema epistemológico de esto, es que los multimillonarios han acumulado un gran capital simbólico que legitima sus actitudes. En las redes, pululan cientos de engañabobos, horteradas y discursos que nos dicen que si los multimillonarios han acumulado tanta riqueza es porque han accedido a un nivel de conciencia mucho mayor que el resto de los mortales y se levantan temprano, y no por los favores de ese Estado que después reniegan. Los superricos se han convertido en héroes. Se romantizan sus excentricidades; se presentan como rebeldes, aunque toda la vida han formado parte del sistema. Esto es gravísimo, pues uno puede explicar el cariz de nuestros tiempos a partir de las figuras que admira la gente. Los modelos a seguir de nuestro tiempo son multimillonarios preocupados por huir a otro planeta que resolver el cambio climático del cual en gran medida son responsables. Ser multimillonario debería ser visto como algo de mal gusto: como un pedazo de frijol en el diente, o como juzgar a alguien sin conocerlo.

Aclaro, nadie está peleado con comer en lugar con mantel o vivir cómodamente. No se trata de hacer un voto de pobreza. Esa no es la cuestión. Lo que necesitamos como sociedad son figuras a seguir que propugnen valores democráticos: justicia social, empatía, solidaridad, cooperación. Existen muchos de ellos que van por la calle; héroes anónimos aún en las circunstancias más adversas, no sucumbieron e hicieron lo correcto. ¡Dime a quién admiras y te diré quién eres!

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