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“Es que ya no son tan buenos desde que se volvieron demasiado mainstream”, afirma Rita. Su aseveración estipula que la calidad de su banda favorita ha decrecido desde que se volvieron famosos. Bajo ese juicio parecería que la verdadera y única buena música sólo es apta unos cuantos.

Esta misma aseveración podríamos encontrarla en cualquier otra disciplina: en la literatura, el cine, la fotografía o la pintura. ¿De dónde proviene esta actitud sectaria, ensimismada, elitista del arte? ¿El arte sólo puede ser apreciado por un grupo de personas que por alguna razón cuenta con la capacidad, el refinamiento o vaya usted a saber qué, de entenderla? ¿Cuál es la diferencia entre alta cultura y cultura popular? Hacemos preguntas. ¿Queremos respuestas?

Como bien lo señala el periodista Pedro Vallín, existe una concepción mística del arte proveniente de hace más de 200 años: el Romanticismo, una corriente de pensamiento nostálgica y ensimismada que pone gran énfasis en la idealización del pasado, el elogio de lo individual y la vida interior; un creador, un mago que tiene la capacidad de ver lo que otros no ven; un autor (dígalo con pundonor, en mayúsculas: A-U-T-O-R). ¿Cómo se resuelve esta consideración? “Es la economía, estúpido”, dijo el ex presidente estadounidense Bill Clinton. ¿Cuál es la diferencia entre un “artista” y un artesano? Cuestión de clase. Un artista crea, un artesano suda.

El meollo del asunto va todavía más lejos. La definición sobre qué es arte ya es en sí mismo un asunto problemático. Si uno le pregunta a un crítico o cualquier persona con pretensiones de artista qué es el arte, seguramente invocará tópicos relacionados con la metafísica, el espíritu, lo trascendental; algo etéreo, elevado, inaccesible.

Si estableciéramos una definición, mucho más mundana, y quizá mucho más democratizadora del arte, podríamos decir que el arte es cualquier actividad humana que pueda recibir un juicio estético. Y nada más. Puede ser un libro, una canción o una gran pintura. O puede ser una lata de sopa de Campbell´s. O sea, un producto.

Cuando se habla por lo general de cultura popular se hace alusión a masificación, a generación de productos a gran escala. Y con ello se establece que al ser un producto pierde cualidades éticas y estéticas. Todo lo contrario, con una pieza exclusiva valorada en millones de dólares. Su valor es definido por el prestigio social adquirido por el coleccionista que no es más que una convención social, una ficción.

Baudrillard explicaba que cuando el humilde con éxito se apropiaba de un símbolo, el noble se buscaba otro. Sucede en el arte, en los deportes, en las formas de divertimentos. Se trata de ser o no ser VIP.

Terminemos con la lata de sopa. Citando nuevamente a Pedro Vallín: “Warhol fue elevado a los altares por el motivo equivocado. No convirtió el pop en arte, lo cotidiano en elevado, sino todo lo contrario: convirtió el arte en pop. Impugnó el misticismo con el que el Romanticismo había envuelto la figura del Artista y su Obra. Y nos regaló un mensaje hermoso y profundamente democrático: la belleza, la armonía y la emoción estética están en todas partes a nuestro alrededor”… si sabemos poner atención. La belleza está en el “Ulises” de Joyce o en “Las batallas del desierto” de José Emilio Pacheco

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