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Claudia Sheinbaum Pardo será la primera Presidenta de México después de un resultado incontestable. El mandato de las urnas le ha conferido una amplia legitimidad que le permite llevar a cabo las reformas constitucionales que considere en el Congreso de la Unión.

La ciudadanía votó por Sheinbaum y por un proyecto: el famoso Plan C. Pese a las reticencias de ciertos sectores de la comentocracia, poderes fácticos y antiAMLO, Pacta Sunt Servanda: lo pactado obliga.

Sacar adelante, entre otras reformas, la del poder judicial, es sólo cumplir con el programa que ha diseñado Morena para lo que han denominado El Segundo Piso de la Transformación. No hay engaño. Van a hacer lo que prometieron que iban a hacer.

Uno de los argumentos que se enuncian en contra de la hegemonía obtenida por Morena es la idea de “LOS CONTRAPESOS” (así en mayúsculas como lo entonan los supuestos adalides de la democracia). Se arguye que la conformación del Congreso, resultado de una elección democrática, debilita los contrapesos de nuestro país. Falso. La conformación de la Cámara de Diputados y Senadores es producto de la legitimidad que establece la soberanía popular por medio de su voto. Negar eso, es no reconocer las reglas de la democracia.

El problema de los análisis del sector del país que apoyó y votó por Xóchitl Gálvez es que buscan explicar la victoria de Claudia Sheinbaum desde la negación y el deseo insatisfecho.

La legitimidad de una elección la otorgan todos los participantes en cuestión: ganadores y perdedores. Por tanto, se podría decir que Sheinbaum cuenta con la legitimidad de todos y cada uno de los votantes que participaron en la elección. Así funciona la democracia. Se puede ganar o perder. Lo que no se puede hacer es desconocer el resultado de una elección simplemente porque no favorece al candidato de mi predilección. Uno es demócrata hasta las últimas consecuencias o simplemente no lo es.

En segundo lugar, el sector antilopezobradorista en su abnegación y sinrazón por odiar a el Presidente pierde la capacidad de hacer buenos análisis. Ya lo dice Daniel Innerarity: “Nunca deberíamos subestimar la fortaleza de lo que aborrecemos, ni permitir que nuestras preferencias se convirtieran en prejuicios. Tendemos a infravalorar lo que despreciamos y esto nos lleva a cometer muchos errores”.

La oposición debería comenzar reconociendo, más allá de filias y fobias que López Obrador es el político más importante del siglo XXI. Sólo cuando has reconocido a tu adversario como tu igual, cuando comienzas a comprender las claves de su éxito, puedes comenzar a disputarle su hegemonía. La oposición, en lugar de continuar denostando y regañando a los casi 36 millones de personas que votaron por Morena con ese característico tufo de clasismo, racismo y condescendencia, debería comenzar un profundo ejercicio de autocrítica que lleve a la construcción de una oposición seria, la cual es necesaria.

Con el retiro de López Obrador al frente de la Presidencia y la apabullante victoria de Sheinbaum se termina una época. Oficialmente, el régimen de La Transición ha culminado. Todo lo que venga a partir de ahora será nuevo o por lo menos diferente. Y para eso sería prudente que la generación de la Transición dé un paso al costado y den paso a nuevos vientos, nuevos dirigentes que tomen (el poder no se pide, se exige) el lugar que les corresponde en este nuevo momento histórico de nuestro país. Total, el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto.

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