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Sábado por la noche, cae un diluvio en la ciudad. Todos los anhelos de lluvia después de semanas de resistencia ocasionados por un calor apocalíptico, por fin se hicieron líquido.

Fueron semanas de golpes de calor, apagones eléctricos, malos humores, escasez de hielo y perros refugiados en refrigeradores; semanas de hermosos atardeceres, auroras boreales. Qué bello el cambio climático, el fin del mundo.

Dice la frase manida de Cortázar que uno no elige qué lluvia que le ha de calar los huesos. Así, expelido por la fuerza inescrutable de la lluvia, me dirijo a la inauguración de POP- UP FREE THE NASTY en la Galeria CONA, Un espacio multifuncional dirigido por Cósima y Natalia Degetau, donde convergen diferentes artes y disciplinas.

Mi arribo al lugar es complicado. En el centro llueve 5 minutos y puede convertirse en una alberca pública, lo cual no sé si puede considerarse una tragedia o un área de una oportunidad, según filias y fobias. Aunado a eso el rediseño urbano del nuevo sistema de transporte público requiere de tiempo y pedagogía.

Caos. El GPS de mi teléfono no está funcionando, estoy en un cruce donde se encuentran y se bifurcan varias calles, estoy empezando a considerar abortar la misión. ¿A quién se le ocurrió la grandísima idea de salir con semejante diluvio en las calles? En fin. Creo que al cruzar la avenida llegaré a mi destino. Soy como el tonto de la lluvia de Led Zeppelin. Al doblar una esquina, el chorro de una manguera de azotea cae sobre mí y se burla de mi situación con esmero. Maldita sea. No estoy nada cerca del lugar de mi destino. Tendré que regresar a mi coche y continuar la búsqueda.

Vueltas y vueltas y más vueltas por Itzimná (aclaro de nuevo que el caos fue provocado por la falla de mi GPS y la lluvia nocturna). Ahora sí estaba decidido a largarme a mi casa, poner uno de los Smiths y considerar cortarme las venas con Galletas María. Pero recordé otra frase sobre la lluvia de Leonard Cohen: los pesimistas esperan que lluevan y ya estoy empapado. Una frase y una actitud magnífica ante la vida. Qué más da. Ya estoy empapado.

Por fin llego a CONA: un recinto de paredes altas, paredes blancas con el sello característico de una casona vieja yucateca. En el ambiente se respira una camarería de muchos jóvenes y no tan jóvenes donde se siente complicidad; conocidos y desconocidos tratando de conectar ideas, gustos, aficiones, opiniones relacionadas con el arte, buscando algo que trascienda algo más allá de ellos mismos. Los elevados, los expertos, los próceres y el esnobismo sobran. Se trata del arte, no de la pose del artista. Se trata de pasárselo bien.

La temática de la exhibición presentada por su autora: Natalia, refleja su carácter intuitivo, lúdico, salvaje. En palabras de la artista, las piezas expuestas representan de alguna manera ese impulso infantil, innato de crear, de salir a jugar al mundo con las herramientas que se tienen la mano; una forma de crear sin pasar por un proceso hiperracionalizado y dejando de lado convenciones cuadradas del arte.

Nada es porque sí. Yo llegué a CONA un día lluvia y me terminé llevando una pieza bastante líquida. De alguna manera ir a CONA fue eso, salir a mojarse. Y en la vida y en el arte hay que salir a mojarse, empaparse hasta los huesos.

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