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Yo tenía un amigo que murió y se llamaba Dani. El necesitaba decir algunas cosas y nunca pudo; necesitaba vomitar algunas otras. No sabía cómo hacerlo. Después de muchas horas de charlas y disputas decidió aceptar este espacio y que yo contara su historia.

Él no estaba del todo convencido. Decía que no quería convertir su testimonio en Laura en América, el Teletón o en algún otro programa lagrimero, en los que no falta la condescendencia, el “ay, pobrecito”, pero también el señalamiento: “maldito falso, hipócrita, cínico”. Tampoco quería moralismos, dar consejos. Él quería un testimonio descarnado, vivo de lo que había sido su vida. Siempre me decía “Kike, recuerda los matices de la vida, hay una grieta en todo, así es como entra la luz”. Dani era un junkie, un adicto a todo lo que está mal, pero te hace sentir bien. Dani podía pasar por una amplia gama de escalas y valores: bueno, malo, inconmensurable, saboteador, maldito, bendito, maniaco, demagógico, optimista, pesimista, atroz, pasional, indiferente, hiriente, cercano, lejano, interesante, superficial. Luz, sombra, miserable, amigo, enemigo, congruente, incongruente, valiente, cobarde, idealista, solitario, absorbente, serio, descreído, pero sobre todo ecléctico y contradictorio. Dani tenía un Dr. Jekyll y un Mr. Hyde adentro.

Dani podía recitar algún verso de Vicente Huidobro y acariciar la belleza a las 10 de la noche y llamarme a las 10 de la mañana para que lo recogiera después de tomar y esnifar cantidades ingentes de cocaína. Siempre que me llamaba pidiendo auxilio utilizaba frases literarias o alguna referencia cultural o musical: “Kike, ven por mí, the war is over”.

Cuando lo reñía por algún exceso en su embriaguez, él avergonzado me decía: “Mira Kike, es como en El Laberinto de Sábato, ¿te acuerdas lo que decía el libro?”. “Mi cabeza es un laberinto oscuro. A veces hay como relámpagos que iluminan algunos corredores. Nunca termino de saber por qué hago ciertas cosas”. “Tengo mucha mierda adentro, Kike. Y a veces no sé cómo lidiar con ella”.

Algo que recuerdo diáfanamente cuando iba a recoger a Dani de ciertos after-es o amanecidas locas, era la jauría de personajes presentes. Una versión yucateca y todavía más cutre de Los Divinos de Laura Restrepo; techno de fondo, gafas de Sol, mandíbulas hechas ceniceros; rostros salidos de una pintura de Francis Bacon. Las conversaciones giraban básicamente en cuatro ámbitos. El primero consistía en recordar algún evento, fiesta o acontecimiento del pasado donde sucedió algún suceso relevante: infidelidad, ligue, traición, accidente, golpes. El segundo era verter su profundo raciclasismo de forma explícita o velada sobre algo o sobre alguien. El tercero, burlarse, hacerse el graciosito con algo o alguien por cualquier cosa. Podía ser lo más estúpido del mundo. Hay personas que tienen la profundidad de una cuchara, la evolución no les hizo el favor y tienen tanto odio en sí mismos que necesitan aventarlo hacia otra parte. Una cuestión de acumulación. Y, claro, el cuarto consistía en la comunicación con el dealer. Era obvio.

Yo le preguntaba a Dani, “¿qué haces aquí con esta gente?”, el me decía: “Kike, recuerda que mi autor favorito es F.S. Fitzgerald. Mira sus novelas, todas hablan de magnates, clases acomodadas. No sé si lo dijo o lo intuyo, Fitzgerald no podía dejar de amar y odiar al mundo que pertenecía. De alguna manera yo soy un Gatsby. El Gatsby de la García Ginerés”.

Dani era duro consigo mismo, sentía culpa por muchas cosas diariamente. Se sentía culpable por haber roto afectos, amistades, corazones; sobre todo uno en particular. Y por haber traicionado al niño que quería bailar como Elvis Presley. A veces lograba perdonarse, a veces no.

Dani murió la semana pasada. Pidió que lo incineráramos y tiráramos sus cenizas debajo de un árbol y ahí mismo plantáramos alguna flor. Siendo melómano pidió que tocarán “Into My Arms” de Nick Cave. Antes de morir, Dani me pidió que fuera a verlo, estaba muy entusiasmado por contarme algo: “Kike, me preocupa el Papa Francisco, parece que este Papa sí cree en Dios y es de izquierdas. Acabo de leer Fratelli Tutti y Laudato si y son dos obras formidables que las firmaría sin problemas cualquier dirigente de izquierdas”. “Estás extasiado, Dani, te va dar algo”, le respondí. “Pero Kike, lo más importante es algo que le escuché decir en una de sus misas. Decía que en el mundo hay un reducido grupo de personas malas, pero por lo general la gente es buena. Sólo que hay mucha gente buena haciendo cosas malas, traicionándose a sí mismas; con un nudo intricado en nuestras almas”

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