La batalla cultural que ganó López Obrador

Enrique Vera: La batalla cultural que ganó López Obrador.

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Decía Maquiavelo que el poder es una relación social y un conjunto de instrumentos de producción de hegemonía ideológica de un grupo contra otro. De alguna manera, el diplomático florentino ya anticipaba el objeto de estudio gramsciano fundamental en las relaciones de poder: la hegemonía cultural, el ejercicio del poder desde consentimiento y no desde el sometimiento.

Muchas décadas después, el último filósofo (mainstream), el slavo Slavoj Žižek llevaría más lejos este concepto con la siguiente idea: “la lucha por la hegemonía cultural ideológica política es siempre una lucha por la apropiación de aquellos conceptos que son vividos espontáneamente como apolíticos”. ¿Cuáles son estos conceptos? La libertad, el amor, la justicia, el bien común, por ejemplo.

Es esto lo que la derecha mexicana no termina o quiere terminar de entender. Andrés Manuel López Obrador es, sin duda, el líder político más importante del siglo XXI, entre muchas cosas, por su capacidad para construir una hegemonía cultural que es capaz de permear hasta en el lenguaje: cuarta transformación, cuatroté, chairos y fifís, amlovers, chayoteros, “yo tengo otros datos”, machucones, adversarios, conservadores, “mi pecho no es bodega”, “lo que diga mi dedito”, “eso sí calienta”, “me canso ganso”. Su capacidad de identificación con eso que llamamos “pueblo” quedará para la historia y quizá enmarcado en aquella foto de Luis Antonio Rojas, fotógrafo mexicano, colaborador de The New York Times, quien a través de un dron Mavic Air 2s capturó una síntesis perfecta: “yo-nosotros, el pueblo”.

Esa hegemonía cultural se traduce en una opinión, en un sentir popular, que después se convierte en legitimidad democrática, es decir votos. De los tres Poderes de la Unión, quizá el Poder Legislativo cargue con el mayor descrédito de los tres. Pero el Poder Judicial, aunado al descrédito, la desconfianza del ciudadano de a pie en los ministerios públicos y la onerosidad de los sueldos del alto funcionario, le suma su falta de legitimidad democrática fundacional que ha sido pilar de una institución cerrada, opaca y nepotista.

Los ministros de la Corte, o en particular la ministra Norma Piña, quizá en su falta de oficio político de base, no tuvo en cuenta una consideración en su llamado a huelga del Poder Judicial. La mayoría de los ciudadanos de este país no les interesa o no esperan absolutamente nada de una justicia que sólo es posible si tienes dinero. Hegemónica y políticamente, López Obrador ha ganado una batalla cultural en el sentido común de la gente que se configura de la siguiente manera: para cambiar a México, hay que cambiar la correlación de fuerzas en el Poder Judicial ya que hay elementos del viejo régimen que impiden su transformación. El talento en política también implica sintetizar.

Todo lo anterior fue respaldado mediante el triunfo inequívoco de Claudia Sheinbaum. ¿Que esto no le gusta a una oposición reducida, pero muy vociferante? En democracia, se gana o se pierde y las mayorías hablaron. ¿Que esto conlleva riesgos? Como todo ejercicio del poder. ¿Que no es justa la sobrerrepresentación? Sin trampas al póker. Sí. El sistema electoral en México padece deficiencias de base que tienen que revisarse, pero no por eso retuerces la ley a niveles surrealistas para modificar un criterio, ya que el resultado no te favorece.

Bien haría la oposición en dejar de odiar a López Obrador, en subestimar aquello que desprecia; ponerse a estudiar, comprender el personaje, leer su obra, dejar de construir diablos de feria, hacer autocrítica y quizá (tal vez pedimos demasiado) tener un proyecto de país. A ver…

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