¡Que tu casa no huela a papel!
Felipe Escalante Ceballos: ¡Que tu casa no huela a papel!.
LECCIÓN DE VIDA. En la primavera de 1972, cerca de las dos de la tarde, la notario público Clotilde Tamayo Cua, ya fallecida, hizo acto de presencia en el juzgado 2º Civil y de Hacienda, ubicado en el Ateneo Peninsular de esta ciudad. Su propósito era recabar la firma del juez en una escritura de adjudicación de herencia que se otorgaría ante ella. En ese entonces yo estaba a cargo de ese tribunal, mientras duraba la licencia concedida al titular, don Jorge R. Castellanos Pérez.
Para atender a la licenciada Tamayo interrumpí la lectura de unos expedientes y procedí a guardarlos en un grueso portafolios. Al ver aquello la fedataria, con muy buena intención, me dijo: “No lleves trabajo a tu casa. Sólo conseguirás estresarte y, tal vez, enfermarte. Trabaja en tu oficina y anda a comer a tu hogar. ¡Que tu oficina no huela a comida y tu casa no huela a papel!”
¡Una excelente lección de vida! La comparto con mucho gusto con nuestros los lectores. Gracias, abogada Cota. Un cordial saludo hasta donde esté.
LOS “VIEJITOS”. Recuerdo cuando mis padres me llevaban a las fiestas infantiles. Qué alegría saludar a otros niños de mi edad y compartir vivencias con ellos. De inmediato iniciábamos los juegos de pesca-pesca, milano, encantados y algunos más y luego rompíamos las piñatas cuyo vientre atesoraba hartos dulces, chicles y caramelos.
Después disfrutábamos la proyección de películas de caricaturas de Walt Disney y, tras cantarle el “feliz cumpleaños” al festejado, éste soplaba las velitas de su pastel para apagarlas. Los aplausos rubricaban el momento. Al poco rato hacían su aparición los platos de cartón con los sándwiches arrollados, la ensalada rusa, el espagueti, los tamales embarrados con el merengue del pastel y una rebanada del propio dulce, acompañados de sendos vasos de refrescos gaseosos.
Al fondo del salón o de la terraza donde se efectuaba el festejo un grupo de personas mayores se sentaba a conversar mientras discretamente vigilaba a la párvula asistencia. Me llamaba la atención que en todas las fiestas infantiles se formaba ese corro de viejecillos.
La vida siguió su curso, crecí hasta la edad adulta, contraje matrimonio y un día me tocó llevar a mis hijos a la fiesta de cumpleaños de otro infante como ellos. Como tiempo atrás hicieron mis padres conmigo, dejé a mis dos varones con sus compañeros de juegos y fui a sentarme con otros padres de familia. Atraído por el recuerdo desparramé la vista por todo el salón y, para mi sorpresa, aquel grupo de ancianos ya no estaba, se había esfumado. No volví a ver a los “viejitos” aunque, a petición de mis hijos de llevarlos a los convites, tuve que asistir a numerosas fiestas infantiles.
Hasta el próximo tirahulazo.