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Modismos en el habla de Yucatán

Felipe Escalante Ceballos: Modismos en el habla de Yucatán.

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ME PASA A BUSCAR. Un esposo pregunta a su consorte: ¿cómo vas a ir a esa reunión de mujeres? Y la otra responde con un modismo yucateco: “mi amiga Mary me pasa a buscar en su automóvil”. En esa respuesta el verbo “buscar” está mal empleado; esa voz significa “hacer lo necesario para encontrar o hallar a una persona”. La amiga con vehículo motorizado va a recoger a su pasajera, va a pasar por ella; pero no la va a buscar, pues la automovilista sabe dónde se halla su compañera de andanzas.

QUESO DE BOLA. Otra expresión característica de Yucatán es llamar “queso de bola” a un muy popular queso holandés de la variedad edam, presentado en forma de una bola cubierta con parafina roja. Tan arraigado está ese modismo que en la prensa diaria leemos la información de la Feria del Queso de bola, celebrada en el suburbio de San Sebastián; y en la televisión local vemos las imágenes de la esfera roja con el nombre “Queso de bola edam” impreso por los fabricantes de ese sabroso alimento.

La preposición “de” indica procedencia y ese lácteo no se elabora con leche procedente de la bola, sino con la leche de animales vacunos. Es correcto decir “queso de vaca”, “queso de oveja”, “queso de cabra”, “queso de puerco” -que se elabora con la carne de cerdo y no con su leche-, o el “queso de tuna”, sabroso dulce de San Luis Potosí y otros lugares de la Huasteca. Pero no está bien decir “queso de bola”. Lo correcto sería “bola de queso”. Sin embargo, nos da temor proponer que al “queso de bola” se le llame “bola de queso” Nos expondríamos a un linchamiento.

La denominación “queso de bola” ya es característica del habla de nuestro pueblo. Esa expresión nos identifica como yucatecos. Inútil será tratar de cambiarla. Algún día la Real Academia Española y academias afines tendrán que aceptar ese modo de hablar como un “yucatequismo”.

ME PRESTÓ POR LE PRESTÉ. Cierta ocasión vimos fuera de su oficina a un joven compañero de labores en los tribunales del estado, ubicados hace media centuria en un pasillo del edificio Ateneo Peninsular. Como el hombre era muy responsable y laborioso le pregunté la razón por la que no estaba trabajando. Su respuesta fue un modismo muy yucateco: “No puedo trabajar. El juez me prestó la máquina de escribir”.

Prestar es “entregar algo a alguien para que lo utilice durante algún tiempo y después lo restituya o devuelva”. El juez no le prestó la máquina a mi amigo. Éste debió de decir: “le presté la máquina de escribir al juez”, o “el juez me pidió prestada la máquina de escribir”.

Como decía nuestro admirado Fernando Espejo, “así hablamos nosotros”. Por esta razón el tirahule se abstiene de intervenir en esta cacería semanal.

Hasta el próximo tirahulazo

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