La suerte está echada
Héctor López Ceballos: La suerte está echada.
Alea iacta est. La suerte está echada. Palabras tan famosas como a quien se le atribuyen, Julio César, pronunciadas aparentemente al momento de cruzar el Rubicón en su rebelión contra el Senado. No había retorno; la guerra civil por el control del que sería el imperio más grande de la edad antigua comenzaba.
Algo similar, guardadas las proporciones, habrá sentido Marcelo Ebrard al anunciar la semana pasada su renuncia a la Secretaría de Relaciones Exteriores, misma que se hizo efectiva ayer (lunes 12). Con esta decisión Ebrard empieza su carrera rumbo a la candidatura de Morena para la presidencial de 2024. No es poca cosa que el Canciller haya quemado sus naves en el gabinete de López Obrador: esta movida le da varias ventajas.
En primer lugar, se muestra congruente con el discurso que ha sostenido durante largo rato, sobre la necesidad de que quien aspire a ser candidato presidencial del oficialismo debe separarse definitivamente de su cargo público, a fin de competir desde una posición de igualdad con los demás. El piso parejo es lo que más se ha reclamado por diversos actores morenistas ante un aparente favoritismo del Presidente por Claudia Sheinbaum.
Pero no sólo es la congruencia lo que pretende Ebrard conseguir con su renuncia. Sabe que sin recursos de una diputación, senaduría, secretaría de Estado o jefatura de Gobierno, él tiene la ventaja al momento de captar el apoyo no sólo de los seguidores del oficialismo, sino de aquellos que ven en él la única razón por la que votarían por Morena. Ante una oposición destruida y nulificada, Ebrard se muestra como un candidato capaz de reunir a obradoristas e indecisos -sobre todo de la clase media vilipendiada por AMLO- en un escenario en el que él fuera el elegido para suceder a López Obrador. Básicamente Ebrard reta a que sus compañeros demuestren que pueden subir en las encuestas sin figurar en un cargo público, y sin aprovecharse de los recursos que el puesto pone a su descarada disposición.
Es difícil imaginar a un Adán Augusto o a una Claudia Sheinbaum cercanos a la gente sin figurar en puestos de Gobierno. Es complicado que el ego intelectual y las viejas maneras políticas de Monreal conecten con el electorado. Quizás el que podría darle batalla carismática y avasallar en sectores populares (como de hecho lo ha demostrado en varias elecciones) es Fernández Noroña, a quien no le falta congruencia, pero tiene nulas posibilidades de ser electo candidato. El ahora otrora Canciller, por el contrario, parece ofrecer una faceta académicaintelectualoide, no en extremo carismática, pero que logra atraer a morenistas, indecisos y hasta opositores. En su discurso, Ebrard no rompe con el obradorismo (de hecho alega continuidad), pero señala sus diferencias.
Piensan muchos que ser preferido por la oposición es antiobradorista. Casi dicen, sin decirlo, que el buen obradorista debe rechazar todo lo que apruebe la oposición, demostrando una ceguera cuasireligiosa. De ser así, AMLO no hubiera ganado en 2018: conservó su base dura de 15 millones de votantes, pero fueron los indecisos quienes le dieron la victoria. Obediencia ciega contra criticismo. Veamos a quién le alcanzan los números.