Cinco años de obradorismo
Héctor López Ceballos: Cinco años de obradorismo.
Cinco años han pasado desde aquel julio de 2018 en que, por fin y después de tres procesos electorales, Andrés Manuel logró ser Presidente de México. Unas horas después de cerradas las casillas en todo el país, la gente se congregó en plazas públicas, especialmente el Zócalo de la Ciudad de México, para celebrar lo que creían era una nueva etapa en la vida política nacional.
Para los procesos federales de 2006 y 2012 López Obrador mantuvo prácticamente los mismos votos: 12-15 millones de seguidores férreos que lo seguirían a lo largo de 13 años de campaña electoral. Pero para el 2018 se sumó otro tanto de electores inconformes con la oferta política de aquellos partidos que ya habían tenido oportunidad de gobernar, y que no sólo desaprovecharon la oportunidad de desarrollar al país, sino que se sumergieron en tremendos escándalos de corrupción y opulencia. Ese tanto de 15 millones con los que AMLO logró 30 millones de votos en 2018 no son seguidores duros del obradorismo, sino indecisos o hartos del sistema político mexicano.
Cinco años después de aquella concentración en el Zócalo, México vive una realidad diferentemente igual. Tal y como en los tiempos de un PRI hegemónico y de partido único, hoy estamos ante un partido oficialista que centraliza el poder. El presidencialismo mexicano únicamente cambió de nombre y se vistió de otro color. No hay nada que no pase primero por la aprobación de quien despacha en Palacio Nacional. Tampoco los personajes son muy diferentes: bastó el bautizo del “líder moral” desde la campaña de 2018 para que la otrora mafia del poder, esa minoría rapaz que tanto daño hizo a México, para que la cuenta quede en ceros y ahora estén del lado correcto de la historia. Antes la 4T era un peligro para México, y ahora es el único proyecto de avanzada que puede salvar al país, siempre guiados por el amado líder. Así de grandes son las convicciones de cientos de servidores públicos del oficialismo.
Y es que, a veces, parece que hay mucho de religioso en el nuevo partido hegemónico. Religioso o estalinista, si usted prefiere. Religioso por esta cuestión moralina de ver poderes cuasi sobrenaturales en un personaje, además de verse como la única alternativa moralmente viable y correcta (regresamos al tema del bautizo político), y estalinista por el exacerbado culto a la personalidad, lo inobjetable de las decisiones presidenciales, la creación de un enemigo único y común, y la falta de autocrítica. Pobre de aquel miembro del oficialismo que ose criticar las decisiones de Estado o del Presidente. ¿No me cree? ¿Por qué le figura a usted que no habrán debates entre las figuras de Morena que aspiran a suceder a AMLO? Simple y llanamente porque debatir implica contrastar, confrontar, criticar, y nada de lo que ha hecho el Presidente puede ser criticado. Ya lo decía Claudia Sheinbaum: el debate debe ser con la oposición. ¿Y por qué no interna? Porque no hay nada qué mejorar y crecer en el cuatroteísmo, simplemente continuar. Decir que algo se puede mejorar es decir que se puede hacer mejor que Andrés Manuel, y usted imagínese.
Cinco años de un Gobierno que ha tenido varios aciertos, pero que también ha sido exactamente igual a los anteriores en más de un rubro. Lo que indigna es, quizás, que en los otros veíamos un cinismo que delataba lo malo, lo corrupto, mientras que con el “nuevo régimen” todo es perfecto. Veremos en un año cómo cierra y, sobre todo, si habrá continuidad o cambio.