Lo yucateco y el deber ser

Héctor López Ceballos: Lo yucateco y el deber ser.

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Es un debate interesante (aunque con bastantes lugares absurdos) ese de la estatua de Poseidón en Progreso. Resulta sobresaliente que un pedazo de material pétreo nos impulse a cuestionar las decisiones de las autoridades, o nuestra propia identidad como “yucatecos”. No es la primera vez que sucede: el monumento a los Montejo, en la principal avenida de la capital del Estado, o la estatua de Cristóbal Colón en la Ciudad de México, sirven como ejemplos del discurso cada vez más fuerte en contra de lo que se considera “incorrecto” en nuestra historia.

Pero, ¿hasta dónde debemos llevar esta discusión y cuáles son los parámetros para tenerla? Los reduccionismos y las negaciones no han dejado lugar a la reflexión o al cambio de opinión, si tuviera lugar.

Dicen que el Gobierno no debería poner una estatua de Poseidón, dios griego de los mares, porque al estar en Yucatán debería, en su lugar, levantarse un monumento a Chaak. ¿Por qué debería? ¿A caso todos los que viven en Yucatán sienten alguna afinidad con la deidad maya? ¿Ser yucateco necesariamente implica tener que decantarse por un ser en específico? En todo caso, la mayor parte de los yucatecos (incluso muchos de los que se autoperciben mayas) practican la religión católica y tendría más sentido erigir un Cristo en el principal puerto del Estado que cualquier otra representación religiosa. ¿De dónde viene, pues, esta cuestión de lo maya?

Principalmente -de forma curiosa- del propio indigenismo que el Estado Mexicano impulsó durante el siglo XX como elemento indispensable para la creación y la consolidación de la idea de México y la Patria. Es inevitable que venga a mi mente Pascual Ortiz Rubio cambiando la navidad de 1930 en el país, pretendiendo que Quetzalcóatl y no Santa Claus trajese regalos a los niños mexicanos, porque de otra forma cederíamos a las imposiciones extranjeras.

Pareciese que los mayas o los yucatecos no somos capaces de concebir un mundo fuera del discurso con el que se ha pretendido limitar a toda una población; muchos yucatecos, de hecho, pueden identificar más fácilmente una imagen de Poseidón o Thor que la de Chaak, pero pareciese traición o locura pensar en preferir o dar paso a algo fuera de lo maya o lo yucateco. Seguramente quienes así lo prefieren piensan que el Janal Pixán es prehispánico, que la cerveza es de Chichén Itzá, los globitos se inventaron con harina de trigo de Uxmal o el café de la sirena que les gusta (ser mitológico, por cierto, presente en la cultura griega) se cultivó en los cerros de Muna.

Al final, a juicio personal del autor de estas líneas, somos el resultado de un proceso histórico que se ha repetido miles de veces en el planeta: conquistas, guerras, mezclas y cohesiones. Pretender que algo debe ser de una forma, implica necesariamente que algo no debe ser de otra. Y pretender que el origen o la “cultura” en sí misma legitima una posición puede, si no se está abierto al debate, llevar a situaciones riesgosas. A la historia me remito.

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