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La salida de Joe Biden de la carrera presidencial 2024 era de esperarse. El Presidente actual de Estados Unidos se ha venido debilitando con el paso de los años (natural para cualquier ser humano), y la tercera edad ya le pasa factura, lo que muchos sectores políticos y sociales han interpretado como debilidad y falta de capacidad no sólo para competir por una eventual reelección, sino incluso para terminar su periodo ordinario. Esto, por supuesto, y a la par del atentado que sufrió hace poco más de una semana, ha impulsado a Donald Trump en las encuestas y en el favoritismo del electorado estadounidense. Quizás las elecciones de 2020 fueron cerradas, pero no lo serán las de este año, en donde probablemente el magnate norteamericano gané con amplia ventaja a la seguramente candidata demócrata Kamala Harris.

La cuestión aquí es si realmente un eventual triunfo de Donald Trump sería catastrófico para México o el mundo, como muchos analistas pretenden augurar.

De hecho, quienes más pendientes están de las elecciones estadounidenses son los miembros de la OTAN, que seguramente ven perdida la protección militar y el apoyo económico que Estados Unidos les brinda. Europa ha dependido demasiadas décadas del patrocinio y el manto protector de barras y estrellas para hacer frente a sus propios conflictos continentales. Son ellos, de hecho, quienes han elevado a Estados Unidos a una posición de policía o guardián del mundo al calor del Tratado del Atlántico Norte. Trump ha manifestado muchas veces que Estados Unidos no puede seguir utilizando recursos para apoyar a sus aliados, lo que en un sentido estatista tiene sentido. ¿Qué diríamos los mexicanos si el Presidente de la República destinara parte importante de nuestros impuestos a defender, por ejemplo, a los países del este europeo de la creciente influencia rusa? ¿No hay problemas en nuestro país que merecen más los recursos recaudados del trabajo de millones de mexicanos? Pues precisamente esa es una de las posturas del candidato republicano.

Cierto, Trump es un bully o bravucón que se dedica a intimidar a los demás con tal de imponerse en la mesa. Se le nota tanto en el discurso como en el lenguaje corporal, y constantemente trata de avasallar a sus contrincantes. También es cierto que Trump representa una cara de la moneda conservadora o de derecha que se opone, reprobablemente, a determinados derechos individuales en los que el Estado no tendría que intervenir. Sin embargo, el Gobierno de Trump no es más que un derivado del proteccionismo que, por ejemplo, México también vivió durante la segunda mitad del siglo pasado. Si uno analiza con detenimiento la línea discursiva del republicano, es fácil darse cuenta del nacionalismo y de la “política interior” con que pretende enmarcar su Gobierno. Y de hecho no sólo es una cuestión discursiva, sino que su primer mandato da fe de lo que en estas líneas se comenta. Basta comparar los números para ver que, por ejemplo, Barack Obama y Joe Biden han deportado a más migrantes que el propio Trump, abanderado por excelencia de la causa antiinmigrante.

De ninguna forma este texto pretende ser una apología al ex presidente, pero sí una invitación a la reflexión. ¿Realmente los otros son los buenos y él es el malo, o hay matices a los que la colectividad no presta atención por el discurso de reprobación sistemática a un personaje?

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