Lo tradicional
Héctor López Ceballos: Lo tradicional.
Hace unos días me encontré con una publicación en redes sociales que básicamente criticaba los Paseos de Ánimas por no ser “tradicionalmente yucatecos”. Decía que era una vergüenza que Mérida se sume a la “xcaretización” de la cultura popular con tal de complacer a turistas extranjeros. Incluso comparaba a la ciudad y sus programas culturales con los parques temáticos de Disney en Estados Unidos. Cada año salta alguien con algo así.
Hay una fijación en todo el mundo (naturalmente humana, diría), pero cada vez más evidente en Yucatán, por pensar que determinados elementos culturales son inamovibles, inmutables y permanentes. Parte de esta percepción se manifiesta, por ejemplo, en la imposibilidad de concebir variaciones en los alimentos considerados tradicionales. Pero por alguna razón esta inmutabilidad cultural se asocia especialmente en el Hanal Pixán y todo lo relacionado a ello, asociando fuertemente estos elementos con los pueblos originarios, específicamente con los mayas yucatecos.
Han de pensar, por supuesto, que los mayas prehispánicos colocaban crucifijos y rosarios en sus ofrendas, o que ponían fotos a color de sus difuntos. A lo mejor también se pensará que el mucbipollo se hacía con carne de puerco mesoamericano y la botellita de licor que a veces acompaña la ofrenda se conseguía en el mercado de Chichén Itzá. ¿Es un argumento que apela al absurdo? Por supuesto; pero también lo es considerar que costumbres, tradiciones y elementos culturales se mantienen sin cambios a través de siglos (e incluso milenios).
De hecho, el considerar que una tradición es inamovible y estática demuestra que se le concibe como un adorno, un elemento decorativo (algunos hablan de fetichización) que sirve para verse bien y nada más. Que los elementos culturales cambien habla, en gran medida, de los cambios sociales que necesariamente los producen. Es más real un altar moderno al que se le pongan latas de cerveza, coca cola sin azúcar y un control de Xbox, que uno que tenga elementos que “deben ir” para ser auténtico.
Claro, gran parte de estas manifestaciones en contra del cambio vienen de la válida nostalgia que produce el pasado que asume que todo tiempo anterior fue mejor, que suele acompañarse de la concepción infundada (y de hecho, contraria) de que los pueblos mesoamericanos eran comunidades pacíficas y armoniosas que cohabitaban sin problemas ni debilidades humanas y mundanas, como la guerra y la violencia.
No hay que olvidar, después de todo, que en gran medida las costumbres persisten por la internalización que hacemos de ellas y los significados que les damos en lo individual, con independencia del colectivo. Si hay quienes se sienten cómodos y entusiasmados por pintarse la cara y vestirse de catrina, ¿qué de malo tiene?