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Uno de los atributos más sagrados que poseemos los seres humanos es la libertad, que nos permite hacer elecciones.

Según la Real Academia de la Lengua Española, libertad es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos.

Podemos deducir que la capacidad de elegir debe sustentarse en la libertad, pero no allí acaba, sino que esta facultad se extiende a poder elegir de entre los bienes a su alcance el bien mayor, no se trata sólo de elegir entre el bien y el mal como normalmente inferimos.

En el ámbito laboral se te pueden presentar dos ofertas de trabajo y tendrás que optar sólo por una de ellas, ¿cuál?, la mejor para ti. En el plano social, a menudo nos encontramos con la oportunidad de ayudar y nuestra decisión puede resultar en un bien mayor para los demás o uno limitado.

Tenemos dos facultades que nos ayudan en esta tarea: la inteligencia, que nos permite conocer la verdad, distinguir entre lo bueno y lo malo; y la voluntad, que guiará nuestras acciones para buscar el bien aunque sea difícil.

Para ser verdaderamente libres y no esclavos de nuestras decisiones necesitamos ser conscientes de cómo y por qué actuamos, qué nos motiva, qué necesidades pretendemos cubrir; debemos conducirnos responsablemente, ya que nuestra vida se construye con base en las propias elecciones, y si son meditadas serán mejores.

Sin responsabilidad no hay libertad, hay que acatar leyes, reglas y normas para una sana convivencia, que no contravengan límites, moral o ética; lo contrario nos haría caer en el libertinaje o abuso de la libertad en forma irresponsable.

¿Cómo podemos reconocer si actuamos con verdadera libertad? Nos da ejemplo de ello quien acepta las consecuencias de sus actos y asume todos los deberes y obligaciones que se derivan de sus elecciones; quien no está determinado por sus impulsos, sino por su inteligencia; quien asume el cuidado de la propia vida, cultiva su persona y se supera constantemente; quien defiende su integridad y la de los demás, así como los valores y derechos fundamentales, contribuyendo al bienestar común.

Sucede lo contrario cuando actuamos a merced de nuestros impulsos, sin razonar lo que es mejor para nosotros, dejándonos llevar. Así es como nuestra capacidad de tomar buenas decisiones y mejores elecciones se ve limitada, reducida, convirtiéndonos en esclavos.

¿Cómo acertar? Vamos a elegir de lo bueno, lo mejor. Tenemos una ley natural que nos marca la ruta, y esta fórmula no falla.

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