|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

A nivel global vemos cómo la familia se ha visto afectada por múltiples fenómenos que la perturban, tal es el caso de la violencia que se vive tanto en el hogar como en las aulas, el crecimiento de la delincuencia juvenil, la falta de disciplina, las adicciones (sea sustancias o de cualquier otra índole), así como creer que el cuerpo humano se ha vuelto una mercancía que se puede vender, comprar, usar y tirar como si fuera un objeto de diversión y placer.

Esta problemática se ha venido desarrollando desde hace muchos años, ya que aunado a todo lo que se propaga en los diversos medios de comunicación masiva o redes sociales, tenemos la ausencia de muchos padres en casa, la permisividad y falta de autoridad en los hogares, la baja escolaridad de padres e hijos, los excesos en algunos ambientes y, por otro lado, las grandes carencias en otros. Esta combinación de factores sólo dificulta la tarea de educar.

Algunos padres deben salir a trabajar largas jornadas para poder sacar adelante la economía del hogar, con lo cual dejan mucho tiempo a los hijos solos y sin una adecuada dirección y acompañamiento, y después pretenden suplir esta ausencia con actos de consentimiento y poca disciplina debido a que sienten que han abandonado a sus hijos.

Todos queremos vivir en una sociedad sana, donde no existan tantos conflictos y donde el bienestar sea asequible para todos; sin embargo, hoy nos parece una utopía. Una cosa sí es factible: las cosas grandes se logran desde lo pequeño, y lo pequeño es nuestro núcleo familiar.

Si nos vamos poniendo como tarea pequeñas cosas, seguro lograremos cambiar nuestro entorno más pronto de lo que creemos, con acciones muy sencillas, pero que a fuerza de constancia y repetición se volverán hábitos para el mejoramiento de la vida familiar, y por ende reflejadas en la sociedad. Sabemos que en los hogares donde se enseñan límites los hijos aprenden lo que es bueno y malo para ellos.

No debemos tener miedo a decirles que no cuando sea necesario, sin confundir que ello pueda ser reflejo de intolerancia; cuando decimos no a cosas que no les convienen podemos formar voluntades libres, afectividades sanas e inteligencias claras. Los límites les ayudarán a fortalecer la voluntad, un medio indispensable para alcanzar grandes cosas.

Educar la libertad en orden del amor, no es otra cosa que enseñar a los hijos cuán valiosos son ellos para nosotros, que deseamos su bienestar y felicidad y que queremos que aprendan a hacer certeras elecciones en su vida, buscando siempre lo bueno y lo verdadero. Las elecciones suponen renuncias, y elegir por alcanzar el mayor bien posible nos dará mayor satisfacción.

Renunciar a actos de egoísmo es un sí a los actos de generosidad.

Renunciar a comportamientos sexuales que se apartan del amor verdadero nos llevará a elegir relaciones que nos acercan a la estabilidad, fidelidad y felicidad.

Renunciar a la corrupción es elegir la honestidad y la congruencia. Renunciar a la violencia es elegir la paz, el respeto y la justicia.

Formar la voluntad en libertad es capacitarnos para elegir de lo bueno lo mejor.

Lo más leído

skeleton





skeleton