Adelitas y caudillos con fusiles sin mecha

Jacinto Herrera León: Adelitas y caudillos con fusiles sin mecha.

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Ante reciente y circunstancial evento, recordé que hace pocos años -en este mismo espacio- hice alusión a los variados enroques de improvisados funcionarios, cuando de mandos directivos y consecuencias hablamos. Referí, y ahora lo confirmo, que los improvisados son fácilmente reconocidos por sus deslices y actitudes prepotentes, dejando como huella el caos ante manipulación perniciosa.

Cuántas veces hemos escuchado la frase “le quedó chica la silla”, o como en nuestra tierra diríamos, “está corto su fustán”. Lo antes relatado alude a un personaje que ocupa o desempeña algún puesto, sin alcanzar eficientemente los objetivos trazados. Por cierto, lo dictado va muy ad hoc a la nueva camada, cuya visceralidad, impericia o influencia nociva, que se proclama “juristas de la administración”, y que con insensibilidad atropellan a semejantes, vilipendiando la trayectoria y el respeto por quienes los antecedieron.

Atraigo lo anterior, ya que recientemente me platicaba un compañero sobre las formas de actuar de un superior que, con insuficiente conocimiento, derrocha vergüenzas cuando de tomar decisiones se trata. Cambios incongruentes, decisiones irracionales, ocultamiento de información, entre muchos actos, se convierten en reprobable maquillaje que matiza y empaña su pasada ejemplar lucidez y educación. Abundando, le insistí que no es ni será su último desatino. Tal vez esa falta del buen proceder, empaña logros de la mayoría.

El escenario presentado viene como anillo al dedo a un funcionario de rango medio, y sirve de ejemplo, cual saga de artículo publicado en el otrora Milenio Novedades, hace más de un lustro, donde enfaticé que nunca falta un frijol dentro del arroz; analogía del actuar administrativo en la salud institucional.

Por cierto, lo dictado me lleva a otra reflexión sobre eventos repetidos y conocidos dentro de la administración en general, y me refiero al “miedo a dejar la silla”, o sea el negarse aceptar que la inmadurez impide brillar con luz propia, y con arrebato y rebeldía exhiben su falta de autonomía, estabilidad y baja tolerancia a la frustración. El daño que causan es mayúsculo con cada acción tomada: alcanzan su nivel de incompetencia, cual moderno Peter.

En fin, seguiremos viendo que el faro que guía emblemáticos centros asistenciales, a pesar del óxido y opaca intensidad de su luz, debe evitar escuchar voces de rastreros y demostrar que la ética y profesionalismo no son tan sólo letras muertas en el diccionario. Creo que es momento de ir preparando la estafeta para que la creatividad de la actual generación, asistida por los “generales de mil batallas”, reactive la atención, sin tanta rigurosidad lesiva y decadente que agobian al propio y extraño. Como diría un buen colega, a quien aprecio y estimo, dejen de emular aquellos generales de “espada virgen”, que desconocen cuánto hay que dejar y entregar para construir y trascender por los demás.

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