Gonzalo Guerrero, el primer yucatracho
Jaime Méndez: Gonzalo Guerrero, el primer yucatracho.
Hubo una vez un marino que se aventuró al Nuevo Mundo, participó en su conquista, luchó en batallas, navegó en varios mares, utilizó galeones y cayucos, empuñó arcabuces, arcos con flechas, lanzas y dagas, vivió en enormes casas de piedra y en pequeñas chozas, disfrutó banquetes europeos y mágicas comidas mayas, conoció mujeres de dos mundos, pero se casó con una noble del nuevo mundo, su descendencia tuvo sangre mediterránea y mesoamericana y enarboló tres banderas: la Española, la Maya y la de Honduras-Hibueras.
Gonzalo Guerrero nació en Palos de la Frontera, en Huelva, España, navegando en un velero español de Panamá hacia Santo Domingo naufraga cerca de Jamaica. Con un puñado de compañeros logran salvarse en un pequeño batel y llegan a las costas de Mayapán después conocido como Yucatán; la mitad de sus paisanos perecieron en altamar; arriban a dicha costa y después de muchas peripecias él y su compañero Jerónimo de Aguilar se ganan la confianza del Gran Kinoch, Señor de Zama, cerca del actual Xel-Ha en el estado de Quintana Roo. Se asientan en esa región maya adquiriendo las costumbres de los naturales; Jerónimo de Aguilar, hombre bueno y de carácter más espiritual trata de adaptarse, pero le resulta difícil pues mantiene la esperanza de un rescate por parte de alguna misión de conquista. Gonzalo logra adaptarse mejor a las costumbres mayas, aunque siempre veía con recelo los salvajes sacrificios que se llevaban a cabo para aplacar la ira de los temidos y múltiples dioses. Una bella mujer nativa, sobrina del Gran Kinoch, le roba el corazón y le hace confrontar sus esperanzas de regresar a su patria o de residir en esta tierra mágica junto a esa mujer que derrocha encanto y pureza.
Aixchel era su nombre y de igual manera su corazón palpita por el gallardo español que con mucho respeto le pide sea su esposa. Para ganarse tan deseado derecho se hace necesario demostrarle al Gran Kinoch que puede ser útil a su pueblo y es así que asesora a sus hombres en la construcción de fortificaciones y en mejores y efectivas estrategias de combate.
Gonzalo Guerrero se casa con la bella Aixchel; pronto se convierte en aliado fiel y valioso para la causa maya. Su simiente se refleja en tres saludables hijos, los primeros y verdaderos mestizos del Nuevo Mundo.
Cuando Hernán Cortés llega a Cozumel en su primera escala con su poderosa armada de 11 galeones y 500 hombres, se hace amigo de los indios nativos de esa isla y se entera que existen dos españoles viviendo entre los mayas de tierra firme. De inmediato envía un grupo de soldados a rescatarles. Sólo Jerónimo de Aguilar decide volver con ellos pues Gonzalo Guerrero después de pensarlo y analizarlo se da cuenta que su esposa e hijos nada tienen que ir a hacer a una sociedad española, donde sólo serían objeto de burlas y escarnio. Sacrifica sus ansias de volver a ver su tierra, familiares, amigos y costumbres que tanto añoraba, pero lo hace por amor a su nueva familia y por el apego a esta tierra mágica que capturó sus sentidos y fibras más íntimas.
La historia cuenta que los señoríos mayas se establecieron no sólo en la península de Yucatán y el norte de Guatemala, también llegaban hasta las costas occidentales de las Hibueras (hoy Honduras), y es desde ahí donde llega una solicitud de auxilio para luchar en contra de los temidos conquistadores que amenazaban con invadir esa tierra exuberante y montañosa, llena de ríos y muchas riquezas.
Gonzalo Guerrero no dudó en ningún instante para acudir al llamado del cacique Cicumba de la etnia Tolupán, quien solicitó ayuda para expulsar a los invasores españoles. El destino ya estaba escrito; muere traspasado por un arcabuzazo en las riberas del gran río Ulúa en la costa norte hondureña; su cuerpo fue envuelto por tejidos mayas y tolupanes (equivalentes hoy a las banderas de Yucatán y de Honduras, respectivamente). Fue despedido en ese mismo río en una canoa, hacia el océano, en un acto sagrado y lleno de simbolismos.
Nace así la leyenda de Gonzalo Guerrero, un auténtico yucatracho (nacido en España, de familia yucateca y, luchando por salvar una parte del maravilloso Imperio de los Mayas, ofrenda su vida en Honduras).
A dos soles de Xel-Ha, una bella princesa y sus tres pequeños hijos vieron un pich parado en la ventana de su casa real, dos lágrimas brotaron de sus ojos y una oración a Itzamná brotó de sus labios.
México y Honduras se dieron la mano mucho antes de existir como naciones.