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Recordando el tiempo de pandemia, hemos desempolvado algunos escritos que en su momento fueron fiel reflejo de esos días aciagos que nos tocó vivir. La literatura también fue un arma para luchar contra la adversidad, y aquí un pequeño ejemplo de los conjuros que desde el fondo del alma y de los libros brotaron como deseo ardiente de mejores tiempos; tratamos de apropiarnos del relato y ponerle palabras al dolor. Entre paréntesis se indican los libros que inspiraron:

“Vientos, centellas y peces vela, empujad a la pandemia y ayudad a Santiago y Manolín” (“El Viejo y El Mar”, de Ernest Hemingway).

“Árbol sagrado de Ceiba, tótem de mi pueblo, auxíliame en esta prueba, que el blanco huya con la peste a cuestas, yo tomaré mi lec y junto a mi peek haré hablar a mi espíritu, soy Canek” (“Canek”, de Ermilo Abreu Gómez).

“Un piloto en el desierto, un milagro casi muerto, nos enseña filosofía, y el árbol habla, la rosa ríe y el planeta entero en terrible agonía escupe muertos; al fondo veo con alegría unas alas desplegadas, es Exupery, ha vuelto” (“EL Principito”, de Antoine De Saint Exupery).

“Yo Lucano, en mi mente el Dios desconocido, en mi corazón Cristo vivo, te ordeno maldito coronavirus sueltes cuerpos y almas porque necesito la calma” (“Médico de Cuerpos y Almas”, de Taylor Caldwell).

“Con el poder de nuestro amor y la fuerza de mi espada, quede reducida en nada la pandemia y el temor” (“Don Juan Tenorio”, de José Zorrilla).

“Salve isla bendita, Española te bautizaron, pero llegó la peste maldita, y a tus cañaverales lastimaron, baila, baila Zarité porque esclavo que baila es libre, y a ningún virus temeré” (“La Isla bajo el mar”, de Isabel Allende).

“Yo te conjuro espíritu del viento, dadme valor, fuerza y fervor, y que mi lanza sea el destino final de ese virus letal cuyo nombre no he de mencionar para no asustar a ningún mortal. ¡Eah!, pues Sancho, mi fiel escudero, cúbreme la espalda que he de matar a ese animalejo” (“Don Quijote de La Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra).

“Tierra bella y bendita, con tu manto verde y tus ríos cristalinos, cubre y protege a Honduras en esta pandemia fatal, y al igual que en el bananal rociamos veneno mortal, permite que la lluvia de peces ahogue al coronavirus mil veces” (“Prisión Verde”, de Ramón Amaya Amador).

“Por las nieves de los Andes, yo prometo en vuelo rasante, eliminar de mi tierra a ese virus tunante y salvar por Dios a todos sus habitantes; que mis rutas ya coincidan con ese maldito bicho, molécula antinatural, ¡engendro he dicho!, que viajas en mi carlinga de vecino, pero ¡has de terminar mal, oh virus asesino! (“Vuelo Nocturno”, de Antoine de Saint-Exupery).

“Oh mi bella peregrina, de ojos claros y divinos, Alma Reed fue tu nombre, fuiste musa de Felipe y cual fugaz golondrina te llevarás esta amenaza a sepultarla en tus nieves cristalinas” (“Peregrina”, de Elena Poniatowska).

Nota: si algún conjuro no entiendes, leyendo el libro lo comprendes.

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