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En los últimos estertores del siglo pasado, el gran escritor peruano Mario Vargas Llosa reúne una selección de textos publicados en su columna llamada “Piedra de Toque”, en el diario El País, de Madrid. Alternan temas de política, cultura, problemas sociales, notas de viaje, la literatura, la pintura, la música y sucesos de actualidad. Se crea, así, un libro llamado “El Lenguaje de la Pasión”, en el que Vargas Llosa demuestra porqué es considerado uno de los intelectuales de nuestro tiempo; en cada artículo analiza temas como la emigración, sus amistades en Barcelona, la despenalización del aborto en España, la desaparición de la figura del autor literario con una obra que perdure a través de la historia, el posmodernismo, etc. Abarca entonces temas múltiples desde su muy particular estilo intelectual con alta dosis de sentido común.

En “Epitafio para una Biblioteca” nos narra su triste despedida del Reading Room de la biblioteca, en el corazón del Museo Británico, cuando se encontró el desolador espectáculo de estantes vacíos; el Gobierno de entonces había tomado la decisión de trasladar el acervo del Reading Room a una nueva biblioteca y devolverle su espacio al Museo Británico.

Por más reclamos que se hicieron para tratar de convencer a las autoridades de no hacerlo fue imposible y ahora hay una nueva biblioteca en el barrio de St. Pancras en Londres. Nos narra sobre sus interminables recorridos por muchas bibliotecas, entre ellas la de París: “tan atestada siempre que, en época de exámenes había que ir a hacer cola a la Place de la Bourse una hora antes de que se abriera para poder ser admitido”. El escritor peruano cuenta que allí, una tarde leyendo un libro de locos llamado “Les Enfants du limon”, levantó los ojos y se dio de bruces con Simone de Beauvoir, “que escribía furiosamente sentada frente a mí”. También recorrió la helada biblioteca Nacional de Madrid: “había que tener puesto el abrigo para no resfriarse, pues yo iba allí todas las tardes a leer las novelas de caballerías”.

En la formidable Biblioteca de Harvard, había una computadora que hacía de recepcionista: “en el semestre que pasé allí nunca conseguí orientarme en ese laberinto, de manera que nunca pude leer lo que quise, solo lo que me encontraba en mi deambular por el vientre de esa ballena bibliográfica, pero no puedo quejarme, porque hice hallazgos maravillosos”.

En la Biblioteca de New York: “la más eficiente de todas, no se necesita carnet alguno de inscripción, los libros que uno pide se los alcanzan en pocos minutos, pero es la que tiene los asientos más duros, era imposible trabajar más de un par de horas seguidas, a menos de llevarse una almohadilla para proteger el coxis y la rabadilla”.

Dice Vargas Llosa que de todas estas bibliotecas tiene recuerdos agradecidos, “pero ninguna de ellas, por separado o todas juntas, fue capaz de ayudarme, estimularme y servirme tan bien como el Reading Room de la British Library”. Sobre el tema del cambio de sede de esta Biblioteca que parece ser una pésima decisión según Vargas llosa, comenta al final del artículo lo siguiente: “¿no son acaso estas mismas gentes las que mandaron a la cárcel al pobre Oscar Wilde y prohibieron el Ulises de Joyce y El amante de Lady Chatterley de Lawrence?” (Londres, junio de 1997). Literalmente, un “lenguaje de pasión”

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