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Nadie puede comprender
la verdad hasta que bebe
las espumosas bondades del café.
Flash Rosenberg

Cuenta una leyenda que el café se descubrió por accidente allá en África del norte, en Etiopía; un pastor de cabras observó cómo sus animales empezaban a brincar de manera inquieta y acelerada, se acercó y vio que comían unos pequeños frutos rojos parecidos a la cereza, en un arbusto. Así se descubre el café e inicia su cultivo y producción hasta llegar a ser el segundo producto más consumido en el mundo después del petróleo.

En una revista de uno de tantos cafés en nuestra ciudad, aparece un artículo en donde hace referencia a los populares cafés o establecimientos de este giro comercial y dice:

“Son aulas y son parroquias, son recreos y centro de expiación, son trampolín estimulante de aliento y consultorios psicológicos, sitios de consuelo para los afligidos y de salud para los enfermos, además de inspiración para el amor, centros de negocios y espacio para soñar, pero han sido y son también sitios de subversión, salas de lectura y sagrados lugares de elevación de la autoestima, ahí se han gestado amores y parejas, revoluciones y partidos, poesías y proyectos empresariales, boletines y proclamas, anuncios y campañas, canciones y spots, artículos y sermones”.

Como en todo el mundo, en América Latina existen cientos de café y se dice que Buenos Aires, en Argentina, es la capital con más de esos establecimientos. Hay cafés emblemáticos en Ciudad de México y en casi todas las urbes del mundo. El protagonista principal es ese grano maravilloso de sabor amargo que produce un placer único al paladar de cualquiera en el planeta.

México produce muy buen café, las denominaciones de origen son de Chiapas y el de Veracruz; hay dos especies, la arábiga y la robusta, la primera tiene menos cafeína y la especie “robusta” es un café más fuerte con más cafeína, ambas son de primera calidad; a nivel mundial México ocupa el noveno lugar en producción de café. También el café hondureño es muy bueno, de excelente calidad y aroma, se cultiva en el Valle de Santa Bárbara y en las montañas de Yoro. No existe el mejor ni el peor café, “el mejor es el que más nos gusta”.

El proceso de fabricación inicia con la plantación en donde se obtienen las “plántulas” y luego se seleccionan las mejores y se transfieren al almácigo o lugar de germinación, en bolsa de polietileno negro con una mezcla de tierra y materia orgánica.

Luego cuando el almácigo ya tiene dos o más cruces de ramas formadas, se trasplantan al cafetal. Después se espera su crecimiento para que broten las flores del café (floración). Es así que comienza a dar frutos o “granos” de color verde y al alcanzar el punto de maduración se vuelven rojas.

Posteriormente, sigue la cosecha, o sea la recolección del fruto del cafeto llamado “cerezas”, es un proceso hecho a mano en donde se seleccionan los granos bien maduros o rojos. Seguidamente hay que despulpar estos granos, es decir, se descascara dejando sólo la almendra del café.

Luego se lava y se pone a secar al Sol para enseguida pasarlos al tostador donde se tuestan aproximadamente durante 30 minutos en tambores que giran horizontalmente. El producto final es el grano tostado que después se muele, según el cliente así lo desee.

El último paso es el mejor de todos: saborear una rica taza de café recién molido, en un lugar cómodo, acompañado de un buen libro o de una buena conversación entre familia o amigos. ¡Buen provecho!

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