Fantomas y las bibliotecas perdidas, saqueadas o quemadas (III)
Joed Amílcar Peña Alcocer: Fantomas y las bibliotecas perdidas, saqueadas o quemadas (III)
En nuestra colaboración anterior recordamos uno de los robos más famosos de la historia en Yucatán: el hurto de los libros del Chilam Balam. Por desgracia no se trata del único caso de consideración, un par de décadas después el mundillo cultural de nuestro Estado se enteró de que la Biblioteca del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán, la colección más importante de manuscritos y libros raros y antiguos, había sufrido un robo. Esta ocasión no fue un escritor el que llamó a Fantomas para resolver el misterio, por el contrario, un famoso poeta salió mal parado del asunto.
El jueves 15 de octubre de 1936 el Diario de Yucatán publicó una nota que reveló que valiosos documentos históricos del Estado habían sido puestos a la venta en la Ciudad de México, figuraban en el catálogo de la librería “Edda”, propiedad de Eduardo Ancona. Varios de estos documentos fueron sustraídos ilegalmente de la biblioteca en formación del Museo Arqueológico e Histórico yucateco y otros de la Biblioteca “Cepeda”. Esta notica desató una serie de acontecimientos que significaron para Luis Rosado Vega, uno de los más prominentes intelectuales de la región, una dolorosa caída del lugar de privilegio que ganó en la refriega política de la Revolución. Caída, momentánea, pero caída al fin.
El Gobierno del Estado actuó como pocas veces: instruyó que se realizara una investigación y se interviniera la administración del Museo. Las diligencias revelaron un alto grado de desorden en los inventarios, poca formalidad en el registro de los bienes de la institución y una desatención flagrante de su director, el poeta Luis Rosado Vega. A todo esto, había que agregar un asunto de gran importancia, el vendedor de los libros robados era Vladimiro Rosado Ojeda, empleado del Museo Nacional de Arqueología e hijo del director del Museo Arqueológico e Histórico de Yucatán, Luis Rosado Vega. En noviembre de ese mismo año (1936) fueron recuperadas las obras substraídas del Museo. La prensa cubrió la devolución e informó de la destitución de Luis Rosado como director del establecimiento.
El costo que pagó el poeta por tan penosa situación no fue muy alto, la comunidad intelectual olvidó pronto. Los comentarios sobre la trayectoria del autor de “Peregrina” recuerdan su labor como director del Museo, pero no dan pista alguna sobre su salida por la puerta de atrás. Su reputación no se vio afectada.
Al parecer, la mala actuación al frente de una institución pública es algo perdonable, sobre todo en aquellas dedicadas a la cultura, la educación y las artes. Rosado Vega tenía mucho que agradecer a su conocida amistad con Felipe Carrillo Puerto, a su militancia socialista y su actuar como poeta revolucionario. Notemos la importancia de llamarse Luis Rosado Vega en la década de 1930. Por fortuna para nuestro patrimonio bibliográfico casos así ya no se dan, ¿verdad? (Continuará).