Iglesias evangélicas, posmodernidad y sociedad (I)
Joed Amílcar Peña Alcocer: Iglesias evangélicas, posmodernidad y sociedad (I).
Las últimas décadas se han caracterizado por el avance incesante y polifacético de una nueva modernidad que, aunada al concepto de globalización, ha tendido a ser llamada “posmodernidad”.
En un afán pedagógico, no desprovisto de crítica, el sociólogo Zugmunt Bauman propuso el concepto de modernidad líquida para referirse a la posmodernidad. Andrés Osorio indica que este concepto: “se trata de una metáfora que permite reconocer una condición histórica particular de la modernidad, aquella que se ha constituido por la pérdida del valor de lo sólido: de instituciones que buscan permanencia, orientaciones de vida que tienden a lo estable, territorialidades físicas y simbólicas claramente cercadas y defendidas, identidades que construyen subjetividades convencidas de su lugar en el mundo y de los metarelatos trascendentes”.
Para las comunidades cristianas esto resulta de interés, tanto como situación real y motivo de reflexión teológica. Aunque, en honor a la verdad, dentro de ellas no existe una claridad sobre a qué se refieren cuando hablan de posmodernidad. Retomando a Osorio podemos identificar como característica de los posmoderno “la primacía de lo instantáneo y de lo que no guarda forma por mucho tiempo, por la aceleración del movimiento y ritmos sociales, la desintegración social y radicalización del individualismo, la promoción exacerbada de la libertad y caída de los límites”.
Se trata de un contexto sumamente complejo para el desarrollo del pensamiento evangélico, teológico y bíblico que, como es sabido, tiene como una de sus bases fundamental la permanente vigencia de sus postulados de fe. Bajo esta premisa, algunas comunidades cristianas han optado por aislarse de los espacios públicos a fin de evitar ser “contaminadas” por estas perspectivas.
Esta tendencia, de acuerdo al teólogo Samuel Escobar, tiene algunos inconvenientes: 1) La creación de comunidades de fe que no actúan en función de las necesidades de su contexto; 2) el desarrollo de cultos cerrados, comunidades cerradas a las personas externas a ellas; 3) el aumento de comunidades que reproducen discursos y prácticas de clase o selectivas; y 4) desvincular la práctica religiosa de una responsabilidad social. Todos estos elementos dan paso a una quinta problemática que, en opinión del pastor y teólogo Filomeno Chay, es “la construcción de teologías poco objetivas sobre la realidad, muchas veces intolerantes, que dificultan hacer comprensible la fe en términos del pensamiento postmoderno y reconocer desde la gracia común aportes significativos, identificar peligros y asimilar desafíos para la iglesia”. De seguir esta ruta de trabajo las iglesias se volverán nodos particulares, alejados del cumplimiento de la misión de predicación y mayordomía que asumen como una misión encomendada divinamente.
Las iglesias evangélicas no son el único actor social preocupado por la posmodernidad, pero, probablemente, sus discursos y prácticas son los que menos impacto tienen en nuestra sociedad. ¿A qué se debe esto? Por una parte, a la falta de reflexividad y postura confesional sobre otras situaciones adyacentes como: capitalismo, desigualdad e individualismo. Por otra, la ausencia de hermenéuticas contextualizadas. La consecuencia inmediata más evidente es la irrelevancia de la postura evangélica en la discusión nacional, por lo menos en México. (Continuará).