Un año más, fiesta de pueblo

Joed Amílcar Peña Alcocer: Un año más, fiesta de pueblo.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Caen desfallecidas las varas del volador, pasajera estela de humo. Fuego que pronto muere. El seco suelo, hirviente plancha de concreto y pasto, soporta los pasos de una multitud deseosa de espectáculo, que habla y grita, que ríe y llora en multiforme procesión a su santuario taurino recién construido.

Días que se esfuman y disipan como las bocanadas del cigarro de los transeúntes. Hermandades hechas bajo la palma del tablado, convites espontáneos, generosidad al frío de la cerveza. Noche de sueños de vaquería, de danza de vestidos floreados y paliacates rojos. Instantes para el recuerdo, alegrías para la añoranza, tristezas para el olvido.

Ruedo que tiene huesos de madera, piel de palma, construcción efímera, tradicional. Coronado por los rostros de la algarabía que asisten al triste festín del espectáculo de bestias bañadas de sangre y polvo. Ahí se congregan los rostros jadeantes de emoción. Ven morir la tarde, ven nacer la noche. Son testigos del paso de un día a otro, momento de tiempo suspendido entre capotes, espadas torcidas y trajes de poca luz.

Amistades y enemistades brindan en abundancia. Carnes que se cocinan al carbón, mangos enchilados, cervezas que caen al suelo, puños que se apuran a impactar un rostro, brindis de azulitos, algodones de azúcar, abrazos fraternos y toros desollados son parte del mismo convivio. Los parques se vuelven mercado de sombreros, chucherías a granel, dulces, marquesitas, chicharrones, helados y fresas con crema.

Lanzar dardos contra globos, tirar las canicas, disparar a los patitos y subirse al remolino son parte de una nueva tradición. Se pueden disfrutar de dos formas, la primera consiste en invertir el importe de la cena en un breve turno de juego y, la otra, es simplemente mirar que otros jueguen. Esta segunda opción se ha vuelto la más popular.

Las calles oscuras y las trastiendas son los lugares del amor. Los pasos cadenciosos, las manos en la cintura y las botas empolvadas buscan la discreción de la noche. Otros caminan bajo las farolas, tierna declaración de una intención amorosa, de un cortejo inicial. Los ojos de todos, expectantes, siguen a los protagonistas de los amoríos.

La madrugada está aquí, los toros ya no levantan polvo y los rostros somnolientos entran a escena. Ahí mismo, un grupo de personas cabizbajas espera la llegada del autobús, se van porque toca trabajar y la fiesta ha terminado. Su ánimo lo dice todo, nada más queda esperar un año más.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas

Lo más leído

skeleton





skeleton