Para mi amigo “El grillo”

Jorge Castillo Canché: Para mi amigo “El grillo”.

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Tu nombre era “El grillo” y te apodabas Juan. Así solías decir cuando conocías o entrabas en confianza con la gente. Fui testigo, en efecto, de que varias veces te saludaran por tu sobrenombre y no por el de pila; la sonrisa en tu rostro revelaba que no te incomodaba, todo lo contrario, te sentías orgulloso de portarlo. En una de las tantas charlas en casa, durante estos últimos tres años de tu existencia, mencionaste que siendo estudiante en el Colegio Americano te dotaron del sobrenombre por brincar alto y, desde entonces, se volvió un recurso, tanto para el futbol como en tus disputas personales juveniles y más allá.

Me relacioné contigo al comenzar los años noventa del siglo pasado, por el noviazgo con Selvy, tu hija. Tu fuerte y compleja personalidad no pasó desapercibida para mí. Sabía que si la relación culminaba en el matrimonio de una u otra forma entrabas en el “paquete”, como bien me dijo un día mi amada esposa. Nuestra relación suegro-yerno fue cordial desde el inicio. Durante la planeación de la boda mostraste respeto a las decisiones de los prometidos, aunque seguramente algunas de ellas no te habían convencido, no hubo conflicto alguno y, por ello, el día de la ceremonia religiosa fue y seguirá siendo uno de los momentos más hermosos de nuestra vida conyugal.

Como todas y todos en la vida, la tuya fue de aciertos y errores derivados de la familia de origen y decisiones personales una vez que tuviste tu propia familia. Nuestra relación se estrechó en tus últimos 11 años de vida, compartiendo algún viaje nacional o las reuniones familiares en la playa de Telchac que tanto disfrutabas. La mayoría de las veces tú nos convocabas para los días de asueto o vacaciones del año. Tu insistencia de que llegaran todos tus seres amados (hijos, nietos, nueras, yerno) te hacía el hombre más feliz, pues descubriste que esta convivencia, ciertamente no exenta de algún desacuerdo, era lo más importante.

A tus fantasmas del pasado los enfrentaste con acciones económicas para quien dictaba tu corazón, salpicadas de consejos con tu peculiar forma de hacerlo hasta tus últimos días de vida. Tu respuesta a mis noches oscuras, siempre fueron la comprensión, las palabras de consuelo y el abrazo fraterno.

A pesar del trabajo, compartí muchas cosas contigo, nuestras diligencias cotidianas nos llevaron por tus barrios preferidos de San Sebastián y Santiago, o el Centro Histórico, entonces tu memoria privilegiada salía a relucir para hablar de personas, acontecimientos políticos y sociales del pasado meridano, como el cierre de la antigua zona de tolerancia, el movimiento social encabezado por Efraín Calderón Lara “Charras” y en general de la importante participación de los estudiantes, muchos de los cuales se convirtieron en destacados políticos y reconocidos profesionales del derecho y la medicina yucateca.

Nuestra sana relación tuvo su recompensa, tú descubriste lo que valías como ser humano, yo, cerré el ciclo que sentía había quedado incompleto con la muerte de mi padre. A dos meses y medio de tu partida, la sigo sintiendo, mi querido amigo, pues eso fuiste para mí.

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