|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Pasada ya la elección presidencial, está claro que Claudia Sheinbaum ocupará el máximo cargo político por los siguientes seis años. A tono con el momento, esta columna la dedico a presentar una serie de ideas sobre el país al que aspiro y el que hoy existe y deseo, sin duda, desaparezca para siempre, veamos.

No quiero un país de mujeres y hombres en la política sólo por el único interés de obtener una riqueza en pocos años, mientras millones de seres humanos, a pesar de su trabajo duro y de muchas horas diarias, apenas tienen para cubrir sus necesidades básicas o les cuesta toda una vida laboral vivir sin sobresaltos. Rechazo la práctica de funcionarios y funcionarias de usar su puesto para hacer negocios en su beneficio o el de sus familiares. Repudio también que los gobiernos municipales, estatales y federales continúen siendo fuentes de empleo para sus parientes y amigos en las direcciones, jefaturas y secretarías, además con el agravante de carecer del perfil adecuado para ellas. Me niego a la existencia de una riqueza empresarial y política mal habida por la evasión de impuestos, nexos con el crimen organizado, pagos de transnacionales para obtener contratos y que termina en paraísos fiscales para protegerla de la justicia mexicana.

En este país, con el que sueño, no tiene cabida el racismo, es decir, la vieja idea medieval/colonial de la superioridad por el color de la piel, o el origen del apellido según el grupo étnico y social. Tampoco el clasismo que estigmatiza a la clase trabajadora como floja, ignorante, manipulable, sin cultura y por lo tanto incapaz de tomar buenas decisiones, tanto en su vida particular como social y política. Me niego a que las empresas extranjeras, como en el pasado, sigan explotando nuestros recursos naturales con la complicidad de élites políticas, económicas e intelectuales, o la indiferencia del Gobierno mexicano, peor tantito, que él mismo bajo la justificación del progreso y el desarrollo arrase con selvas, bosques, montes, y toda fuente de agua de los pueblos originarios de nuestra nación. El país de mis ilusiones es aquel donde el trabajo del obrero, campesino, empleado del supermercado, el que se lleva nuestra basura, repara nuestras calles, construye casas y edificios, esté bien remunerado, se respeten sus horarios, según nuestras leyes laborales, y tenga el tiempo necesario para cuidar su salud con el ejercicio físico, una buena alimentación y el cultivo de su intelecto.

Quiero un país en el que la salud no sea un privilegio sino un derecho, donde las instituciones públicas como el IMSS y el Issste no sean botín político ni oportunidad para el negocio farmaceútico; donde haya suficientes médicos generales y especialistas, enfermeras, medicamentos, camas de hospitalización y toda la infraestructura médica necesaria para una atención rápida, tanto para las emergencias como las operaciones quirúrgicas. Espero una nación donde los estudiantes de las escuelas públicas reciban una educación de calidad y se traduzca en mejores ciudadanos y ciudadanas conscientes de su papel de agentes transformadores de la realidad social injusta e inequitativa. Que los profesionistas de todas las carreras tengan cabida en el mundo laboral, público o privado, con salarios acordes con su preparación, y así la educación siga siendo un medio de ascenso social y económico, pero también de compromiso para la construcción de una sociedad mexicana mejor. Es un sueño, sí, una nación ideal, también, pero, sino se mantiene la esperanza, entonces nunca llegará.

Lo más leído

skeleton





skeleton