"Snobismo" político

José Luis Ripoll Gómez: "Snobismo" político.

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En la Grecia clásica, Sócrates se convirtió en un peligro para los políticos. Era un protofilósofo que se la pasaba por las calles y plazas públicas reuniendo a la gente para plantearles problemas de filosofía y de la ciudad. Increpaba a los políticos. Eso le costó la vida, ya que fue condenado injustamente al veneno de la cicuta.

Estaba Platón filosofando con sus alumnos en una plaza pública cuando pasó junto a Diógenes “el cínico”, plácidamente acostado desnudo en una banca del parque, Platón se dirigió a sus alumnos y les dijo que no era de sabios dedicarse a la flojera y la holgazanería, entonces Diógenes, sintiéndose aludido, se dirigió a los aprendices y les dijo: “También es malo ser envidioso”. El cinismo en todo su esplendor. Ambos tenían razón. Estamos convencidos de que Platón no envidiaba “la vida de tonel” del cínico. Muchos individuos de nuestras sociedades viven de las apariencias. No de lo que somos, sino de lo que aparentamos.

Nicolás Maquiavelo, irónico de la filosofía política, plantea magistralmente el tema de la apariencia: “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos”. La sociedad contemporánea le da valor a la apariencia. Por esto muchas personas pretenden ser algo que no son. Viven aparentando tener de más como si eso fuera un valor agregado a su persona. Fanfarrones, charlatanes falsos, son algunos adjetivos que recibe este tipo de individuos. Al embustero no se le da crédito ni siquiera cuando dice la verdad, sostiene Marco Tulio Cicerón. Eso es su castigo.

La llamada “clase política” mexicana ha generado una serie de comportamientos estereotipados de gente que son “exitosos”. Frases denigrantes han invadido la esfera caricaturesca de la vida pública mexicana: desde “político pobre, pobre político” hasta “ni los veo, ni los oigo”, pasando por “arriba y adelante”. Se ha generado un personaje político caricaturesco que habla de todo sin saber nada. Cantinflear es un snobismo. “Los charlatanes son los hombres más discretos: hablan y hablan y no dicen nada”, dice irónicamente el escritor francés Alfred d Houdelot.

En los últimos años en nuestro país la clase política ha pervertido la fama pública con la representación política. Personajes del deporte, “el arte” y la farándula han incursionado con resultados mediocres a la actividad política. Ser famoso proporciona status, lo que permite ganar votos en las urnas. El electorado desconfiando del político clásico ha mirado otras opciones. Los partidos con la intención de los votos a como dé lugar han apostado por abrir sus espacios a estos personajes. El estado de Morelos permite afirmar que ser futbolista exitoso no garantiza ser un gobernador eficaz. (Cuauhtemoc Blanco Bravo.) En general, los políticos manejan escenarios armados. Sus discursos giran en torno a un mismo campo semántico, muy socorridos por ellos.

Algunos ganan por fama. Mientras no hablen no evidenciarán su falta de preparación en funciones estatales tan especiales como ser legislador o titular del algún poder del Estado. “De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace más estragos”, refiere el pintor y escritor español Santiago Rusiñol. Quedarse callado es mejor que hablar y confirmar la ignorancia. Pero ese silencio es cómplice de la falta de preparación.

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