La filosofía como terapia. Entre risas y chascarrillos (I)

José Luis Ripoll Gómez: La filosofía como terapia. Entre risas y chascarrillos (I)

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¿De qué sirve un filósofo que no hiere los
sentimientos de nadie?
Diógenes de Sínope

Si alguien se siente enfermo acude a un médico, cuando está deprimido asiste con un psicólogo, o en ocasiones con un psiquiatra. Nadie piensa en una sesión de filosofía para poder resolver su posible crisis existencial. La filosofo-terapia propone solución a los problemas existenciales, tiene que ver más con una actitud filosófica que con un asunto de conducta, o, peor aún, con neuronas o neurotransmisores.

La psicología y los medicamentos en ocasiones resultan insuficientes para solucionar las neurosis de la gente. Un enfermo con trastorno obsesivo compulsivo es probable que no le alcance su tratamiento psiquiátrico para paliar su enfermedad. Es posible que con una terapia de filosofía sea complementaria para resolver su crisis.

La filosofía puede ayudar no solamente a los que tienen enfermedades de la mente y/o de la conducta, también sirve para cualquiera que tengan interés en reformular las cosas cotidianas de la vida, por ejemplo, para comprender la muerte y revalorar la vida. Para emanciparnos de la cotidianidad.

Pocos imaginarían que a los privados de su libertad en las cárceles les interese una charla de filosofía. Grata fue nuestra sorpresa cuando nos presentamos con uno de nuestros libros en un reclusorio, donde iniciamos con 15 internos y terminamos con 45. Los humanos somos capaces de reflexionar sobre algún tema de amor a la sabiduría. Entendimos que fue una especie de filosofo-terapia para internos. Todos podemos hacer filosofía. No necesitamos ser universitarios o profesionistas; el taxista, el camionero, el abastecedor del mercado, el dependiente de un comercio o cualquier deportista son susceptibles de realizar análisis filosófico.

Temas simples que no han sido abordados ampliamente por la filosofía, pueden ser planteados, por ejemplo, la risa y el sentido del humor. La filosofía no tiene pretensiones de comicidad, sin embargo está llena de humor.

Decimos que un individuo tiene “buen humor” cuando se muestra permisible con todos, cuando observa una marcada propensión a estar alegre y complaciente. A simple vista pareciera que la filosofía y el humor no se llevan, son materias opuestas. Sin embargo, esto tiene sus imprecisiones. Solemos imaginar a los filósofos como aburridos, que se expresan en términos complejos e imposibles para el entendimiento del ciudadano común. Es verdad, para muchos los filósofos son individuos pedantes, por decir lo menos. Rayan entre la excentricidad y la introversión.

Los filósofos que han trascendido al gran público mediáticamente por redes sociales, televisión, radio, medios digitales, etc., han sido los que han roto esa condición convencional. Hay un halo de solemnidad que no tiene otra profesión. (Continuará). 

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