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En los instantes eternos donde la mente reposa y da paso a la cavilación, al ejercicio de fijar la mirada y dar rienda suelta al pensamiento puro, ahí, grandes cosas suceden. Más bien, grandes pensamientos suceden. Se profundiza y se llega a puntos desconocidos que descansan en el destino final de las preguntas que nadie hace, pero que todos tienen.

El rostro se deforma, las pupilas se dilatan y las pestañas enmarcan unos ojos que a simple vista dan la impresión contraria al hecho de que estamos en plena labor cognitiva. Algunos, incluso, abren la boca en el asombro de saberse lejos del sitio que ocupan. Nos vemos mal, parecemos feos.

La realidad es que estamos lejos de ser no agraciados en ese instante. Porque celebrar nuestras capacidades de indagación merece todos los aplausos que nosotros mismos podemos darnos. Nos quitamos el sombrero cuando llegamos a la respuesta de un asunto intelectual tras habernos rendido al repaso mental de nuestros propios conocimientos, ¿no es increíble? Las peculiaridades de la mente abrazan la curiosidad y como resultado se llega a un deleite íntimo.

Pedro Salinas, en sus “Versos 285 a 309”, mismos que viven en “La voz a ti debida”, toma la oportunidad para poetizar en prosa el ejercicio que de su mente ha sabido bien elegir. ¿Su método? Hará preguntas que vayan directo a nosotros como si nos hablara personalmente y al mismo tiempo expondrá con toda la sensibilidad su capacidad para la creación; para hacer poemas de lo cotidiano, de lo que existe y se da por sentado.

“¿Sabe el mar cómo se llama, que es el mar? ¿Saben los vientos sus apellidos, del Sur y del Norte, por encima del puro soplo que son?”. “Si tú no tuvieras nombre, todo sería primero, inicial, todo inventado por mí, intacto hasta el beso mío”. “¿Por qué tienes nombre tú, día, miércoles? ¿Por qué tienes nombre tú, tiempo, otoño?”.

Sin duda la simpleza de su prosa poética se encamina en la dirección de lo admirable. De la capacidad de hallar lo bello en la delicadeza de un discurso improbable. Sus preguntas, lanzas en forma de interrogativa dirigidas al aire, son un gesto de compañía, un algo que ocupa el asiento a lado de ti para hacerte saber que la capacidad de estacionarse en lo aparentemente absurdo y hacer un hogar momentáneo, es más bien una cuestión de celebración. Las respuestas, como pasa entre las personas que comparten la confianza, no son necesarias. Basta el gesto de interrogar y compartir con el alma dispuesta.

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