El ahogado más hermoso del mundo

Julia Yerves Díaz: El ahogado más hermoso del mundo.

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Hablar de empatía es mirar ventanas que se abren de un cuerpo a otro, entre el pecho y el vientre, para sonreírse entre almas. No importa mucho si lo que acontece resulta ajeno a nosotros, la realidad es que algo en el fondo, o a flor de piel, sabe imaginar y proponer el sentimiento que más o menos indica un entendimiento de lo que pasa. Como el que ahora llora, pero mañana ríe; el que hoy se duele, pero mañana goza.

Para esto es preciso descubrir el rostro. Dejar que los ojos hablen y que la boca fluya en la dirección que corresponde: curva con destino al cielo en señal de dicha, curva con destino al suelo como signo de pesar. Las manos también llevan palabras y es preciso leerlas. La derrota pesa en ellas y les da un aspecto de carga que se suelta sin el menor interés de ser sostenida; se dejan ir. La ansiedad las transforma en dedos activos y entrelazados en una constante contorsión como si fueran incapaces de contener tanto de lo que por dentro tiembla.

En “El ahogado más hermoso del mundo”, cuento largo de Gabriel García Márquez, nos situamos en la narración de un evento tan naturalmente fantástico, donde el aire que recorre un puerto pesquero termina por convertirlo en un gran espacio para la adopción desbordada de todos los sentimientos que nunca sintieron. Todos, absolutamente todos, serán tocados.

Comienza con el avistamiento de un arribo a la orilla del mar. Los niños, quienes reciben el bulto, serán los primeros curiosos en querer permanecer con él. Pronto, los adultos toman el control de la curiosidad para descubrir algo del misterio acuático que lo cubría; era un ahogado. Un cuerpo grande y entero que fue abrazado con el recubrimiento marítimo de algas endurecidas y conchas de mar. Los pescadores, hábiles en reconocerse entre ellos, se supieron completos; ese ahogado no era suyo. ¿De quién era?

Las mujeres lo resguardaron y los hombres visitaron los puertos vecinos en busca de la identidad del muerto. Ellas, rápidas y eficaces, lograron limpiarlo en totalidad y urdir ropas improvisadas que cubrieran su cuerpo enorme. El rostro, lavado con el amor de quien prepara a sus muertos para el viaje eterno, expresaba un aire de tristeza conmovedora; el ahogado era hermoso.

Entre letras, la empatía sobrepasa lo entendible: lo llamaron Esteban, y lo quisieron, velaron y posteriormente lloraron por la desgracia de no poder quedárselo. Algo tan bello solamente podía permanecer dormido; en el fondo del mar.

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