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Ocasionalmente podemos situarnos frente a momentos que representan exactamente lo que no queremos en la vida. Son ejemplos o circunstancias que debemos sortear de la mejor manera para evitar caer en ellas. Para esto es importante cargar con un espíritu noble y caminar de puntillas con el temor, y el respeto, de quien teme pisar la mala línea o la loseta rota para no dar el mal paso.

No es fácil, por supuesto. Mover nuestros cuerpos con un espíritu fortalecido, de tal manera que ambos funcionen correctamente, supone un ejercicio constante del que pocos hablan. No basta el alimento sólido ni el ejercicio físico. Sino hablarse, dirigirse a uno, sentarse al espejo y dialogar en la intimidad honesta de saber exactamente quiénes somos. Reconocer los espacios vacíos, las heridas, las cicatrices abiertas, las cerradas, las que están en proceso de sanar, los puntos débiles, lo que nos hace enormes hasta rebasar los bordes del espejo y salirnos de la habitación por lo grandes que somos y lo que nos hace mínimos como para buscar la lupa más grande porque no podemos encontrarnos. Orar, conocernos; fácil no es.

En “El drama del desencantado”, cuento breve de Gabriel García Márquez, estamos frente al instante final de un hombre que ha decidido acabar con su vida. Un ejemplo de momento en el que no quisiéramos estar.

En su caída, que se dibuja como una de esas caídas libres desde un décimo piso con dirección al pavimento de una calle transitada, tiene como último vistazo, y en una aparente cámara lenta, “la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad” que nunca conoció y que formaron parte de un desencanto fatal.

¿Cómo sería su rostro? Sus ojos se habrán abierto enormemente para querer abarcarlo todo en su última fotografía de la vida. ¿Habría su cuerpo intentado detener la caída o sus brazos quizás apelaron a su instinto de pájaro humano para aletear sin éxito y en una de esas recuperar algo de tiempo que le permitiera tener otra oportunidad? ¿Quién le habría escuchado decir que, efectivamente, tras esas imágenes, y como se menciona en el cuento, “la vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida”? El final práctico lo desconocemos, por suerte. No sabemos de quiénes fueron los pares de ojos que lo encontraron, ni quién fue la persona que lo reconoció. Por fortuna y a modo de ejemplo, de nuevo, no fuimos nosotros.

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