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Los buenos corazones buscan la forma de expresarse a través de las acciones. Lo aprendimos desde pequeños cuando todo en la escuela fue encausado a tal o cual comportamiento que iba en el sentido de la bondad, de la buena palabra, de lo correcto de la conducta y el manejo personal ejemplar. Todo lo que fuera una actitud contraria caería en las zonas consideradas como reprobables.

Pero sabemos también que en el mundo humano existen malicias latentes que se muestran desde pequeños. Astucias tempranas que sacan las risas de los mayores porque un humanito no tendría por qué saber cómo conducirse entre chantajes emocionales, robos de comida, bromas encantadoras y argumentos capaces de desarmar la ternura de cualquiera. En ambos casos descritos, existen puntos clave que reforzamos o dejamos con el tiempo, y que eventualmente serán aquello que nos distinga al momento de actuar.

En “El zapaterito de Guanajuato”, cuento largo de la escritora Elena Garro, estamos frente a una historia que se vive como si la miráramos en película. Con personajes perfectamente bien definidos, diálogos deliciosamente naturales, situaciones por más cotidianas, y bondades que sabremos reconocer en los rostros de los nuestros.

Así, conocemos la historia de Loreto Rosales y Faustino, su nieto, quienes recién han llegado a la Ciudad de México con la esperanza de vender los zapatos que habían elaborado previo al viaje y que, a modo de bienvenida, la gran ciudad se aprovecha de ellos desde sus primeros días: se los han robado. El hambre se instala en los cuerpos del abuelo y su nieto, y su andar se torna confuso y azaroso hasta que de pronto dan con doña Blanquita, una peculiar mujer a quien antes de conocer por medio de la palabra, la encuentran intercambiando amor en un auto con un hombre de quien luego se despide con una bofetada. Ella los acoge, los alimenta, les da un techo y los hace sentir que pertenecen, aún entre sus criados, quienes no estaban lejos de ser tratados como familia.

La sorpresa era que doña Blanquita estaba en bancarrota. Pedía fiado a todos los comercios para apenas dar de comer a sus criados y ahora a Loreto y su nieto. Al enterarse de esto, Loreto se va, no queriendo ser una carga; pero los lazos que crecen desde la humildad son fuertes y se rompen con dificultad. Días después, al pensar a doña Blanquita en peligro, emprende viaje de regreso a la gran ciudad. ¿En qué momento de sus vidas se forjaron almas tan hermosas?

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