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Mi primera experiencia con la muerte, que no fue una muerte, radica en un desmayo y posterior convulsión. Estaba en la primaria, sentada en un arriate mientras esperaba que mi mamá fuera por mis hermanos y por mí. Abrazaba mi juego “Adivina quién” y observaba todo lo que pasaba después de un festival que pienso era por el fin de curso. En mi observar, incluido lo que estaba detrás de mí, vi que una mujer cayó desmayada al piso generando un sonido seco, y luego vi su cuerpo convulsionar.

Yo no conocía esa palabra, así que lo registré como temblores fuertes, violentos. Miré la escena en una parálisis total de miedo que me hizo las piernas de tierra seca y las manos de agua. Me “desmayé de pie” entre los gritos de la hija, el movimiento corporal con frenesí de quienes ayudaban, y de la convulsionante misma, y la verbalización constante de necesitar una pluma para que la mujer no se mordiera la lengua. Ese día nació un miedo nuevo y un nuevo aprendizaje. Nunca hablé al respecto, hasta hoy.

“Alfredito”, cuento largo de la escritora boliviana Liliana Colanzi, nos lleva hacia una circunstancia compatible con la muerte y con un efecto directo en personajes cursantes de primaria. Alfredito, físicamente pequeño para su edad, murió víctima de una crisis de asma tras haberse bañado en la lluvia ya entrada la noche y sin el conocimiento de sus padres. Al menos eso fue lo que se les informó a los niños en un principio para luego aclarar que en realidad vivía con una condición en el corazón.

Sus compañeros de primaria, y amigos, reaccionaron desde su preciosa inocencia de forma muy diferente. Unos lloraron, otros quedaron mudos temporalmente, y otros hicieron una infinidad de preguntas que sólo surgen tras encontrarse ante circunstancias de vida prematuras para comprender. Aunado a esto, la fantasía con la que viven los niños fue un escudo para entender algo tan difícil como la muerte de otro niño.

En una descripción fina y delicada vemos la escena de un grupo de amigos que observa la caja de su compañero; tan pequeña como un barquito. Necesitaban verlo, era una lección importante. Una de las niñas lo había soñado durante la noche sin saber que había muerto y Alfredito le dijo que iba a volver. Lo que no esperaban era asegurar que Alfredito dormía porque sus fosas nasales se movían a pesar de estar obstruidas por algodones. Y justo como lo había dicho él mismo y con la seriedad que caracteriza a los muertos, todo indicaba que iba a volver.

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