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La nostalgia normalmente se siente por las tardes, en la hora sensible donde se besan el día que muere y los primeros tonos de la noche que nace. Por supuesto que no viene sola, hay ciertas condiciones específicas que se dan para su amable suceder: colores que aprietan el corazón, aire que corre abrazando el cuerpo, y los sonidos de pequeñas ráfagas haciéndole cosquillas a las hojas de los árboles. Nosotros estamos ahí, en medio del acontecimiento traduciendo la belleza de lo que nos rodea en una tristeza apenas descriptible que, a falta de palabras, optamos por solamente sentir.

Cuando era niña podía sentir la tristeza del viento, y me encantaba. Como si se tratara de una complicidad que no quería compartir, sólo para descubrir más tarde que algunas personas en mi familia también podían sentirla; ha de ser genético. Ahora, quisiera hacer el ejercicio de nombrar el hecho, de tomar todas las palabras que he aprendido en la vida y urdirlas en una descripción perfecta la cual abarque todo, que explique todo.

“La palabra”, cuento de Vladimir Nabokov, habla sobre una situación específica donde, cuando nuestro personaje sin nombre al fin tiene la oportunidad de expresarse, fracasa totalmente. Su situación, guiño a mis atardeceres innombrables, se presenta en lo que él logra describir como sus primeros instantes en el paraíso. Es a partir de su voz que pareciéramos recorrer un cuadro desbordado de tonos violetas, ángeles con alas y ojos de diamantes, flores invadiendo todo el entorno y espacios de un verde intenso que nutren nuestro interior.

Él quiere hablar, necesita expresar lo que por su mente pasa, pero los ángeles parecen ignorarlo y continúan su caminar hacia lo que pareciera un evento importante. Intenta tocar sus alas y sus pies, y al hacerlo se esfuman en sus manos. ¿El resultado? Una escena desesperante adornada de un entorno precioso.

Finalmente, uno de los ángeles se detiene y voltea hacia el hombre, lo mira con una ternura inexplicable y le da la palabra. Nuestro personaje balbucea, dice cosas sin importancia, detalles sin sentido en un conjunto de letras unidas que no significan nada. El ángel, paciente, lo mira como quien ha entendido todo sin necesidad de hablar. ¿Por qué no podría decir las palabras que necesitaba compartir? Quizás porque una vez allí, en el paraíso, hay momentos en los que simplemente toca mirar y dejarse ir para entender que la belleza absoluta, y el destino final, es naturalmente indescriptible.

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