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El esperar a alguien, física, mental o emocionalmente, supone una invitación enviada y aceptada hacia la melancolía. Y es que, por supuesto hay todo tipo de esperas, pero quien espera en el amor, lo hace con una visión hermosamente trágica y tierna de las cosas. Pareciera que nos volvemos sensibles al viento tomándolo como un augurio personal, y también desciframos mensajes a través de la luz de un otoño naciente para sentirnos abrazados por el tiempo que promete una llegada, y con ello, la muerte de una espera.

¿Qué es lo que nos hace tan sensibles a esto? Pudiera ser el anhelo y un gesto engañoso de la mente para convencernos de que es más seguro esperar desde la incertidumbre negativa que apelar a una llegada positiva. Esperamos con tristeza porque la alegría es incierta y viene vestida de personas similares y momentos especiales que no llegan a mucho; son confusiones pasajeras.

En “Beneficencia”, cuento del autor Vladimir Nabokov, la espera de una amada se ve reducida rápidamente a una decepción hermosa. Y cuando digo espera, me refiero al acto último donde una persona está parada en el sitio pactado y comienza, poco a poco, a ser absorbida por la incertidumbre de una llegada, o no, y lo abrumador de la existencia.

Quien espera físicamente, se convierte en un maestro del arte de la observación. De su mente surgen más y mejores formas de contar y descifrar el micro mundo que le rodea porque mantenerse plenamente consciente en la crudeza de la espera puede resultar demasiado para soportar. Así, la fijación se posa en un elemento amable, cotidianamente neutro, y descansa de la incertidumbre.

Para nuestro narrador, el viento frío de Berlín, la sensación de un cigarro amargo y una presión gélida en el pecho, son el punto de partida para un relato que se acaba con la melancolía viva de una espera no culminada. Habiendo obtenido, por el contrario, la perspectiva de un mundo que vive a través de los otros, y de nuestra capacidad para mirarlos con la inocencia de quien mira con el corazón apachurrado.

Este relato, con magistrales figuras mentales que se disparan en la mente a través de párrafos perfectos, resalta la fragilidad del alma y la grandeza del espíritu en oposición perfecta. Es, en definitiva, el relato que nadie quisiera vivir, pero el que todos quisieran leer. Como si alguien nos diera la oportunidad para mirar y sentir de cerca la belleza que, indiscutiblemente y bajo cualquier circunstancia, habita en la melancolía

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