Tobías el taimado y Raúl el roña

Julia Yerves Díaz: Tobías el taimado y Raúl el roña.

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Todos podemos hablar de mala suerte; malos días, malas rachas. Pero hay quienes parecieran vivir en la constante desesperación de habitar entre las paredes de la mala fortuna. A veces hay responsables a los que señalar, y en esos casos lo mejor es guardar silencio y aceptar lo que de nuestras manos nace como consecuencia. En otras situaciones, la desgracia persigue a las almas que menos lo merecen, a las que ya desde el nacimiento crecen luchando batallas interminables disfrazadas de vida diaria.

La contraparte es una sonrisa amplia y una despreocupación por tener la vida resuelta. Aquellos, con el vientre libre de protestas y con el cuerpo abrazado por prendas calientes, suaves, limpias, varían en personalidades coloridas. Algunos parecen opacos, discretos, en armonía con el mundo. Otros quieren brillar, mostrar sus colores, lo que destella en superficie, pero no al interior. Es así, arriba, abajo, con mucho, con poco; es así.

En “Tobías el taimado y Raúl el roña”, cuento del polaco Isaac Bashevis Singer, estamos frente a una historia construida en un contexto judío al que el mismo autor también pertenece. Tobías tiene una esposa e hijos, y carece de medios para proveer a su familia. No tiene un trabajo y los suyos pueden resentirlo todos los días en el frío que los muerde y en el vacío estomacal que les grita. Raúl, por lo contrario, tiene siempre comida disponible, ropa para abrigarse y un hogar que confirma su posición.

Tobías, en desesperación abrumadora, opta por pedir ayuda a Raúl, quien aún con tanto poder, era magníficamente avaro. La ayuda es dada pues se trataba de darle prestado a Tobías una cuchara de plata para una cena importante de la que dependería el futuro de la hija de Tobías. Raúl accede y al día siguiente recibe la cuchara con una cucharita adicional.

Tobías explica que, por la noche, la cuchara había parido a una cucharita y por lo tanto ambas le correspondían a Raúl. Éste, maravillado ante la hazaña de sus objetos, y amando la idea de obtener más cosas vía esfuerzo nulo, da prestada una y otra vez la cuchara parturienta.

Tobías solamente preparaba el terreno para su gran movida. Pediría un candelabro y lo vendería para obtener dinero. Para justificar la ausencia diría que había muerto y no podría ya recuperarlo. Raúl, incrédulo y furibundo, pide explicaciones y obtiene lecciones: si creyó que una cuchara podía dar a luz, podía también aceptar que su candelabro hubiera muerto

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