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No me gusta la magia, pero me encanta lo que hay alrededor de ella. Caras infantiles de asombro, aplausos de foca humana, giros de cabeza buscando una mirada cómplice que confirme lo magistral del acto. La elegancia del traje, el conejo, los pañuelos de colores, el “nada por aquí, nada por acá” y la mesa tambaleante vestida de gala con manteles negros que vuelven el escenario más real, más mágico.

Si no me gusta es porque busco la razón. Quiero descubrir el truco, la rapidez de la mano, el instante preciso donde el espectador es engañado para realizar la astucia. Quisiera poder pararme y auscultar al mago como si estuviéramos en un consultorio médico y por fin saber cómo funciona todo, de dónde salen los pañuelos, cómo es la posición de la mano, y dónde se encuentra el conejo. Es una cuestión de ansiedad, por supuesto.

En “Abram Kadabram”, cuento del autor israelí Etgar Keret, conocemos la historia, como se puede inferir, de Abram el mago. El escenario para el cuento dista mucho de ser un espacio lleno de aplausos, ilusiones y asombro; estamos más bien ante un embargo que se lleva a cabo en su casa, y a sus bienes, por haber firmado como aval para otra persona.

Dos hombres, Nisim y Kaufman, son los encargados de llevar a cabo la orden. Nisim, irrumpiendo en la cocina y abriendo el refrigerador, dispone de la Coca-Cola a medio gastar, con la autorización de Abram, y le ofrece un poco a Kaufman. Éste lo ubica de nuevo en su papel de embargador. “¿Esto qué es? ¿De cuántas pulgadas es la tele? ¿Qué hay adentro de este baúl?”. Los objetos en cuestión eran una tele nueva, regalo para la madre de Abram, el refrigerador y el baúl de magia lleno de artículos que valían más que cualquier objeto de la casa. Kaufman da por embargada la tele y exige que se abra el baúl. Nisim reconoce al famoso mago y entre líneas pide un acto de magia. Abram accede, “¡hokuspokus!”, y en menos de un minuto desaparece un reloj que también estaba en la lista de embargo.

Kaufman se enoja, pide que lo aparezca y lo amenaza con llamar a la policía. Abram se apresura hacia la caja de la tele intentando desaparecerla sin éxito aparente. Nisim está al borde de la euforia y aplaude encantado. Kaufman sale de la casa para llamar a las autoridades. Nisim, apostando por la magia, nota que Kaufman ha dejado las notas de embargo y tras un “abra kadabra” las desaparece. Se quita el sombrero, hace una profunda reverencia y se va.

Este cuento, en mi opinión, es magia.

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