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Las ciudades actuales, como cuerpos de concreto vivo, son espacios perfectos para la imaginación. Si miro desde arriba haciendo una radiografía enorme de la ciudad en la que habito, puedo observar venas cuadradas que se bifurcan en zonas apenas transitables por el capricho de un trazo urbano mal pensado y atropellado. Esto es en el corazón, en el centro que nos define.

Si por el contrario miro las venas de concreto exteriores, esas que llevan a las extremidades y bordes del cuerpo-ciudad, veo insoportables planicies de espacios más ordenados y planchas de protuberancias blancas aparentemente hermosas pero débiles en su constitución. Como abrazo las recubre una pelusa verde apenas digna de llamarse monte, como si ese musgo estuviera delimitando, pero protegiendo absolutamente nada.

Es así, esa es la ciudad-cuerpo nuestra. Hay otras peores, por supuesto, llenando las venas y arterias de globulitos que son personas codeándose unas con otras porque el espacio ya no es suficiente. Si lo pensamos bien, tenemos suerte.

En “Ballena de sal”, cuento de la autora hondureña Mayra Oyuela, conocemos el evento que viene a parar el ritmo de vida del centro de una ciudad. Para ser exactos, de Tegucigalpa. Advierto con guiños fantásticos, que será necesario disponer la mente para un mejor aprovechamiento del espectáculo visual.

Así, se abren los versos con el hecho de que, por la mañana en la plaza central de Tegucigalpa, ha aparecido muerta una ballena de sal. Las puertas cerradas y las discusiones alrededor del hecho dejan afuera a la población que habla, cuchichea, grita, hace preguntas. Por un lado, como si se respondiera a una amenaza, hombres de uniforme actúan en defensa de nada en específico. Por otro lado, se reporta que solamente hay seis heridos.

“Nadie vio nada, nadie sabe nada, y la ballena de sal vuelta piedra, por la impotencia de rostros que siempre serán ajenos.” ¿Qué ha pasado en este poema donde se abarca tanto al mismo tiempo? A veces basta mirar los hechos de una ciudad para conocer quiénes la habitan y anticipar las acciones que, como respuestas automatizadas, dejan siempre de lado al que sufre, al que lucha, y al que merece saber.

Quizá no sea un cetáceo específicamente, quizás es la dificultad de un país, su violencia, su falta de empatía. La plaza central, como muchas, tiene ahora como corazón, una ballena de sal que, ingenua, desata y señala todo lo que no funciona y lo que, en definitiva, podría funcionar mejor.

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