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En el mundo de la literatura como en la vida humana, no todos los encuentros son buenos y no todas las circunstancias resultan armoniosas dando aires de azares predestinados, y merecidos, no. Los encuentros también pueden ser incómodos. Invaden la tranquilidad y rompen la calma momentánea para sacarnos de balance, para enfrentarnos ante tantas y diversas historias en las que hay dolor, abandono, tristeza e injusticia.

En nuestra dinámica, mía en realidad, pero que comparto con quien aquí reposa su vista, el protocolo a seguir para crear estos textos viven entre lo fortuito, lo mágico y la casualidad. Nunca sé con antelación lo que voy a leer, no me gusta premeditar. Prefiero la sorpresa, el asombro, el guiño de lo posible. Es de esta manera que me nutro de palabras, creyendo en un “destino literario” que aguarda por mí; por nosotros.

La lectura de hoy aprieta el corazón. “La sorpresa”, de la escritora chilena Teresa Hamel, narra la historia de un hombre y una mujer que se conocen en una circunstancia dolorosa, violenta, tortuosa. ¿Podríamos haberla evitado? Por supuesto. Pero hay historias que necesitan ser leídas y repetidas como ejemplo de todo lo que como humanos no queremos ser, ni sentir.

Se trata de dos secuestros a tiempos diferentes. Ella había llegado primero y él después. Ella mostraba huellas de golpes, de hambre, de humillación. Él, mirándola en representación de lo que le esperaba, aguarda su destino próximo. ¿Los motivos? Los desconocemos porque no existe una verbalización de ellos. Pero entre frases intercambiadas sabemos que se trata de diferencias políticas, de poder, de odio; queda claro y la brutalidad de la narración lo expresa así.

Ambos eran inocentes y no se conocían entre sí. Tras un abuso sexual en presencia de él, se establece una dolorosa sensación de saber al menos algo el uno del otro. Se confortan con palabras de aliento y con muestras limitadas de ternura porque poco pueden aliviar las manos atadas de él y el cuerpo destrozado de ella.

La tortura continúa en un último momento como dos seres indefensos, confundidos y ajenos a todo conflicto usando hasta el cansancio frases como “les juro que no sé nada” y “soy inocente”. El elemento sorpresa se devela tras la muerte de ella en una narración que duele, que acerca la violencia y la pone de pie junto a nosotros manteniendo su mirada retadora en alto. No se lamenta nada, no se explica nada. ¿La sorpresa? Una equivocación; ella era una monja.

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