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Si pensáramos en una historia viva, concreta y completa, sabríamos pensar en los elementos que la vuelven un todo: los personajes, una historia, un suceso, un conflicto, un desenlace y sentimientos expuestos con toda la claridad posible. Bastaría con eso y con una redacción decente, frases domingueras, y un esfuerzo humano que al final resulte satisfactorio.

Hay humanos capaces de tomar los elementos previos y convertirlos en una suerte de máquina engranada con una función vital para el deleite literario. Son genios. Seres que viven sus vidas entre historias potenciales, personajes a los que sólo les falta carne y corazón, escenas perfectas y giros de tuerca que mueven; desestabilizan.

Entre ellos se encuentra Ricardo Piglia. En su cuento largo, “El joyero”, estamos frente a una historia que en su composición se siente eterna, absoluta; un pequeño universo. Los elementos que conforman el cuento son los siguientes: el Chino, su esposa Blanca, su hija Mimi, la pesca, la joyería, un accidente que lo muestra culpable a pesar de su inocencia, la cárcel, un matrimonio destruido y el deseo inmenso por recuperar a Mimi.

Con tal esqueleto se puede entender la historia, por supuesto. Sin embargo, cada palabra y cada frase pareciera haber sido concebida en exactitud para dar vida a un relato que se siente película. Se mira, se observa, se huele, se sufre. Es como si el autor nos hubiera sentado frente a él y bajo la luz de la verdad hubiera expuesto ante nosotros la composición exacta de su obra.

Chino quiere recuperar a su hija Mimi, Blanca se niega, no le permite verla. Él, excelente joyero de profesión, vende un anillo precioso para poder viajar de Buenos Aires hasta su antigua ciudad. Lleva para la ocasión un revólver destinado, por si acaso, al hombre que le contestó el teléfono en la casa que Chino construyó, una caja musical con una muñeca para Mimi, y el dinero del anillo vendido para recuperar a su hija y poder pasar unos días con ella.

Una vez extraída Mimi de la casa bajo los primeros sonidos de una ciudad que despierta, Chino la lleva a un lugar seguro: la playa donde solía pescar y donde su mente, atrofiada por el accidente y la cárcel, encuentran paz completa. El final, incompleto y perfecto, es una suerte de calma donde lo vemos con Mimi de la mano caminando en la orilla del mar. Los problemas futuros, si bien se pueden inferir, descansan en una narración pasada, a la cual nadie ni los personajes ni nosotros pertenecemos.

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