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Mucho tiempo ha pasado desde la última vez que me sentí realmente estremecida por una lectura. Y es que los lectores, esos que traen el corazón sensible y a tiempos frágil, somos el “recipiente” perfecto para las letras de otro porque imaginamos todo, urdimos puentes temporales para crear relaciones inexistentes entre historias que no fueron escritas para nosotros y no se acercan a nuestra realidad.

¿Qué pasa entonces cuando uno sí puede ser el objetivo real? Cuando se ha escrito algo que vive en tu tiempo, en tu realidad, en los años próximos que, con suerte, transitarás a consciencia plena.

El cuento que nos ocupa esta semana es un guiño hacia mí y hacia todas las personas en el mundo que nacieron en la misma fecha que yo y que figuraron en el imaginario de un escritor que vio un futuro absolutamente desolador. Y genial.

En 1984, cinco años antes de mi nacimiento, Ray Bradbury escribió el cuento “Vendrán lluvias suaves”. No lo hizo para mí, por supuesto; pero sin saberlo, me escribió. La historia es un relato magistralmente logrado que se despliega ante los ojos con la finura de perfectas imágenes de una película que no existe, pero que se puede imaginar.

El escenario es el siguiente: en el año 2026 (dos años futuros para nosotros), las casas son absolutamente automáticas. Hacen todo por sí mismas y poco requieren del contacto humano, “trabajan” para ellos más bien. Una voz amable da la hora a las 7 de la mañana y señala el día: 4 de agosto de 2026. Un desayuno se crea en la cocina con la tecnología más avanzada. Se llama a la familia para que comiencen el día, se les informa de los pagos pendientes de hoy, se prepara un desayuno copioso para cuatro personas. ¿El detalle? No hay absolutamente nadie en casa.

Por fuera, el escenario es una pradera infinita de cenizas. Todo ha sido consumido por un fuego con aparente personalidad e inteligencia. La casa y el perro, son lo único que se mantiene de pie.

De pronto, el fuego se acerca, se aviva, irrumpe con los mecanismos del funcionamiento interno de la casa y todo comienza a fallar. Los ratones mecánicos encargados de la limpieza mueren calcinados, el horno enloquece y comienza a preparar comida en grandes cantidades. La casa se “defiende” y en desespero lanza un líquido verde que lo invade todo.

Después de una noche de batalla no quedó mucho; apenas una pared de la cual suena en repetición la voz que repite una y otra vez: “hoy es 5 de agosto de 2026”; mi cumpleaños. 

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