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Dentro de los grandes placeres que la lectura proporciona, está aquel de la relectura. Dirigir los pasos hacia las letras por donde uno ya ha vivido resulta una suerte de emociones. ¿Entenderemos algo nuevo? ¿Tendremos una perspectiva diferente? ¿Habremos crecido intelectualmente para interpretar mejor? ¿O peor? ¿Sentiremos lo mismo?

Hay algo en la repetición que es un refugio para los ansiosos. Volver a recorrer los caminos conocidos es dar paso a otras oportunidades de disfrute sabiendo que de alguna u otra manera, tenemos el control. Recuerdo que cuando era pequeña mi mamá contaba la historia de una niña que corría descalza en el jardín de una casa muy similar a la mía. De pronto pisó un cartón donde estaba oculto un alacrán quien, al sentir las vibraciones de un pie desprotegido, la picó con fuerza provocándole gran dolor y una lección aprendida.

En una primera ocasión la narración tuvo efecto. Chancletas no me faltaron cada que salía al jardín. Luego, al año próximo, dejaba de horrorizarme el hecho de una picadura de alacrán para sumergirme en un disfrute total por la voz de mi mamá, sus entonaciones, sus detalles al hablar. Sus conectores “para todo eso”, “entonces”, “al final”; era lo que anhelaba oír.

Hoy he despertado pensando en “El día del derrumbe”, cuento de Juan Rulfo.  Este pensamiento tan azaroso como ocioso, me atacó muy temprano al pensar que de tener otro perro, lo llamaría Melitón. La escena me resultó honestamente genial y decidí regresar al cuento para corroborar lo acertado de mi hazaña. ¡El deleite absoluto!

“El día del derrumbe” no ha cambiado. Pero yo sí. Lo recorrí con la inocencia infantil de quien se finge dormido cuando está totalmente despierto. Intenté olvidar cada escena del cuento sólo para poder experimentar de nuevo la risa, el genio, las escenas perfectamente descritas, el ruido, el absurdo, la música, el pulque, los machetazos, Melitón el sabio dando respuestas; componiendo la historia. Absorbí la sátira de un texto que reclama y me dolió el corazón porque al parecer tampoco ese México ha cambiado mucho.

Así como busqué la voz de mi mamá para mi deleite, regresé a este cuento por el placer de la letra, por la astucia de la palabra bien escrita y por la suerte de conocer y reconocer joyas literarias. En un mundo donde ocurren tantas cosas al mismo tiempo, que a los refugios personales nunca les falten todas aquellas historias en letras. Y que sobre todo, sepan retornar a ellas.

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